Gustave Flaubert, Madame Bovary, 1856
“Ella deseaba un hijo; sería fuerte y moreno, le llamaría
Jorge; y esta idea de tener un hijo varón era como la revancha esperada de
todas sus impotencias pasadas. Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer
las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más
lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible
a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias
de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero sujeto por un cordón,
palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna
conveniencia social que retiene.
Dio a luz un domingo, hacia las seis, al salir el sol.
–¡Es una niña! – dijo Carlos.
Emma volvió la cabeza y se desmayó.”
(…)
“Acababa de salir desesperada. Ahora lo detestaba.
Aquella falta a la cita le parecía un ultraje y buscaba otras razones para
despegarse de él; era incapaz de heroísmo, débil, trivial, más blando que una
mujer, además de avaro y pusilánime.
Luego, calmándose, acabó por descubrir que tal vez lo
había calumniado. Pero la denigración de las personas a quienes amamos siempre
nos aleja de ellas un poco. No hay que tocar a los ídolos; su dorado se nos
queda en las manos.”
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