viernes, 18 de enero de 2013

El desplazamiento, por Daniela Della Bruna



 
Se cierra la última puerta por última vez del hogar vacío.
Se cierra también la garganta, en un último gemido.
Comienza un andar a tientas, una criatura que a tientas ha vivido,
que a tientas se ha mirado en los espejos rotos del destino,
que a tientas ha transitado miles de falsos caminos.

Tanto se ha mentido antes que ahora no sabe de verdades,
sólo conoce la certeza de existir, de asirse en el espacio plomizo,
sólo sabe que no es sueño su voz, sus huesos molidos,
que no es sueño la ardiente entraña que la alimentó,
que no es sueño la furia de su labio partido.

Y es en el despertar perfecto en el que ha sucumbido
donde encuentra la lumbre que una vez le hizo calmar el frío,
y son sus viejas incertezas nuevas lunas
que le confirman que es vasto el horizonte,
crudo el camino,
y transitará, despierta como nunca,
los arenales rotos para alborotar el olvido.

martes, 15 de enero de 2013

Días estos y aquellos, de Francisco Paco Urondo

Ha oído el sol de invierno. Crece envolviendo y ajustando
        su corazón; sacude su sueño, despliega las plumas que
        le abrigan: ve caer aquí o allá el contorno de sus ídolos.

El calor no lo matará del todo; el frío no quebrantará su
        sueño. Herido está de tiempo que lo contiene, de cruel-
        dad, de decisión, de grandes dársenas, de eterno co-
        mienzo, de mesurado adiós.

martes, 8 de enero de 2013

Espejos, de Francisco Urondo

Con toda paciencia, la noche iba
tejiendo a su lado. Con todo
el amor, la noche crecía sobre su trama, sin
renconres. Éramos
así los dueños del fuego
del amor, los privilegiados,
los niños, los condenados a morir
con las espaldas
descubiertas. Asesinos de la historia
que no llega a su debido
tiempo, que acarician
profetas y temblorosos. Dardos.

miércoles, 2 de enero de 2013

Algún final, de Daniela Della Bruna



Algún final

Sin querer me despertó de la cálida sordidez del olvido
un duende sin pena que se aburrió de mi rostro,
rostro pálido y acabado por el fingimiento perdido.

Se convulsiona mi cuerpo en torrentes incomprensibles,
a la vera del camino no hay nada,
se esfumaron todos los rostros conocidos.

De pronto desperté y no soy de este sitio,
de pronto vieron mis ojos un lugar que ya no habito.

Se cierra una eternidad y se confirma mi muerte,
lejana, incierta, pero implacable muerte que llegará,
se cierra una eternidad y no me acuerdo si vivirá
como en un mundo paralelo.

¿Existirá la eternidad de mi niñez en ese patio remoto,
de los ojos de mi abuelo,
existirán todavía mis pisadas tempranas para ir a la escuela,
mis quince años, latirá aún mi corazón por ese niño que
me corrió con un sapo, serán pequeños mis hermanos,
jóvenes mis padres,
será en algún círculo de eternidad, aún posible el futuro?

¿Sobrevivirá este círculo de eternidad o el tiempo es lineal y se agota
y murió esa niña, esa joven, esa recién iniciada?

Es otra eternidad la que se cierra, y la que anuncia que mi propia eternidad
se acabará, como se apaga una estrella.
Tal vez por eso quedan pendientes tantas cosas,
concluir es admitir la muerte.