"Que quede bien claro, lo único que yo quiero son realidades. Jamás les enseñen a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. Para la vida solo son imprescindibles las realidades. No propongan otra cosa y saquen de cuajo todo lo demás. Los entendimientos de los animales racionales se conforman solamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá nunca de nada. Yo educo a mis hijos de acuerdo con esta norma, y de la misma manera hago educar a estos muchachos. ¡Remítanse a las realidades, señores!
Esto sucedía en la sala con
cúpulas, lisa, desnuda y aburrida de una escuela, y el índice, tieso, de quien
hablaba ponía énfasis en sus admoniciones, resaltando cada frase con una línea
trazada sobre la manga del maestro. Ayudaba a aumentar el énfasis la frente del
orador, perpendicular como una pared…”
(…)
El señor Grandgrind volvió a
mirar a su hija, que esta tendida frente a él como una embarcación hundida, y
sin hablar ni una palabra más, salió de la habitación. Cuando apenas había
salido su padre, Luisa oyó que caminaban lentamente cerca de la puerta, y tuvo
la sensación de que alguien estaba cerca de su cama.
Decidió no levantar la cabeza.
Dentro de ella, y como una brasa maléfica, ardía una sorda irritación de que la
viesen sumergida en su dolor y de que la mirada involuntaria, que tanto la
había ofendido, hubiese sido confirmada de esa forma. Siempre, las fuerzas
comprimidas en exceso rompen y destrozan."
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