martes, 24 de noviembre de 2015

Un poco de Virginia Woolf (fragmentos)

Una mujer en el espejo, Virginia Woolf, 1921-1941
“De repente los reflejos se interrumpieron violentamente, aunque en total silencio. Una inmensa forma negra apareció en el espejo, tapándolo todo; desparramó sobre la mesa un paquete de tablas de mármol, veteadas en rosa y gris, y desapareció. Pero la imagen se había alterado por completo. Por un momento resultó indescifrable, irracional y completamente fuera de foco. Era imposible convenir a esas tablas algún propósito humano. Y después, de a poco, una especie de proceso lógico comenzó a operar sobre ellas, ordenándolas, dándoles forma y llevándolas al plano de la experiencia común. Finalmente se caía en la cuenta de que eran tan sólo cartas. Habían traído la correspondencia.
Allí estaban sobre la mesa con tablero de mármol, empapadas de luz y color, en estado natural. Y era extraño ver cómo se acomodaban, se ordenaban, hasta formar parte de la imagen, garantizándose la quietud y la inmortalidad que confería el espejo.
(…)
Aquí estaba la mujer. De pie, desnuda en esa luz despiadada. Y no había nada. Isabella estaba completamente vacía. No pensaba. No tenía amigos. Nadie le importaba. En cuanto a las cartas, eran tan sólo facturas que pagar. Mírala allí parada, vieja y angulosa, venosa y estriada, con la nariz larga y el cuello arrugado, ni siquiera se molestó en abrir los sobres.
No habría que colgar espejos en las habitaciones.”
Un cuarto propio y otros ensayos, Virginia Woolf, 1929
“Hay confidentes, por supuesto, en Racine y en las tragedias griegas. Hay de vez en cuando madres e hijas. Pero casi sin excepción las mujeres son mostradas en su relación con los hombres. Era extraño pensar que, hasta la época de Jane Austen, no sólo todas las grandes mujeres de la ficción habían sido vistas por el otro sexo, sino que fueron vistas únicamente en su relación con el otro sexo. Y qué pequeña parte es esa en la vida de una mujer, y qué poco puede saber siquiera de eso un hombre cuando lo mira a través del cristal negro o rosado que el sexo pone delante de su nariz. De allí, quizá, la singular naturaleza de la mujer en la ficción, los sorprendentes extremos de su belleza y de su fealdad, su fluctuar entre una bondad celestial y una depravación infernal, porque así la veía su amante, según su amor creciera o disminuyese, fuera próspero o desgraciado.
(…)

Así es. La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no durante doscientos años solamente, sino desde el principio de los tiempos. Las mujeres han tenido menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres, entonces, no han tenido más chances que un perro de escribir poesía. Por eso es que he puesto tanto el acento en el dinero y en un cuarto propio. Sin embargo, gracias a las fatigas de aquellas mujeres desconocidas del pasado, de las que quisiera saber más, gracias, curiosamente a dos guerras, la de Crimea y la Guerra Europea, que unos sesenta años después le abrió las puertas a la mujer común, esos males están en vías de ser reparados. De otro modo no estarían aquí esta noche y sus chances de ganar quinientas libras al año.”

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