jueves, 26 de noviembre de 2015
¿Existe una familia? Collier, Rosaldo y Yanagisako
¿Existe una familia1.? Nuevas perspectivas en antropología.
Jane Collier*, Michelle Z. Rosaldo**, Sylvia Yanagisako***.
(¿Is There a Family? New Anthropological Views en The Gender Sexuality Reader,
Lancaster y di Leonardo (comps) Routledge, 1997.)
Traducción Miranda González Martin.
Supervisión: Blanca Carrozzi
Comenzamos este ensayo con una pregunta retórica para argumentar que la
mayoría de nuestras discusiones sobre “las familias” están nubladas por nociones
inexploradas de cómo éstas son realmente. Es probable que universalmente las
personas pretendan tener conexiones especiales con aquellas personas con las
que se relacionan genealógicamente de manera más estrecha, pero un
conocimiento de la genealogía en si misma no puede decirnos nada concreto
acerca de estas conexiones especiales. La importancia de La Familia en nuestro
imaginario y nuestra vida social contemporánea nos ha cegado a su dinámica. Al
confundir lo ideal con lo real somos incapaces de apreciar la profunda
importancia de lo que son las ideologías de relaciones intimas a través de las
*
Jane F. Collier es profesora de antropología en Stanford University. Gran parte de su trabajo se centra en la
relación de desigualdad de géneros con otros tipos de desigualdad social. Ha escrito acerca de la asimetría de
géneros en las llamadas sociedades sin clases y actualmente esta terminando un libro sobre el cambio en La
Familia en una aldea española.
** Michelle Zimbalist Rosaldo fue profesora asociada de antropología en Standford University. Antes de su
prematura muerte en 1981 coedito Woman, Culture and Society con Luisa Lamphere (Standford, 1974) y fue
autora de Knowledge and Pasion: Ilongot Notions of Self and Social Life (Cambridge, 1980).
*** Sylvia Yanagisako es profesora de antropología en Stanford University. Es la autora de Transforming the
Past: Kinship and Tradition Among Japanese Americans (Stanford, 1985), como así también de numerosos
articulos sobre genero y parentesco. Es coeditora, junto a Jane Collier, de la colección de Gender and
Kinship: Essays Toward a Unified Analysis (Stanford, 1987) y junto a Carol Delaney, de la colección
Naturalizing Power: Essays in Feminist Cultural Analysis (routledge, 1994). Actualmente escribe un libro
acerca de los firmamentos de La Familia en la industria de seda del norte de Italia.
1 .
Si bien en lengua castellana por familia podemos entender tanto a La Familia nuclear como a los parientes
por ambas líneas de descendencia, en ingles el término family solo se refiere a La Familia nuclear y se
distingue de kin, la forma de llamar al resto de los parientes. En este ensayo cuando hablemos de familia nos
estaremos refiriendo a La Familia nuclear, es decir a la family
2
diferentes culturas. Esta misma confusión es la que nos impide dar con la
complejidad de las relaciones y experiencias que se esconden tras la fe en una
fuente “natural” de “crianza”2 que creemos hallar en el hogar.
Este ensayo esta dividido en tres secciones. La primera examina el significado de
“La Familia” en las ciencias sociales a través del trabajo del primer antropólogo
que convenció a los científicos sociales de que La Familia era una institución
humana universal, Bronislaw Malinowski. La segunda sección también tiene a los
científicos sociales como protagonistas, pero esta vez toma el trabajo de los
pensadores del siglo XIX a quienes Malinowsky refuto, ya que si, como
proponemos mostrar, Malinowsky se equivocó al plantear La Familia como
institución humana universal, resulta importante explorar el trabajo de los
pensadores que no cometieron estos mismos errores. Finalmente, la tercera
sección incursiona en las reflexiones correctas de los teóricos decimonónicos para
mostrar algunas implicancias que puede tener entender La Familia, no como una
institución concreta diseñada para satisfacer necesidades humanas universales
sino más bien, como una construcción ideológica asociada al estado moderno.
El concepto de familia en Malinowsky.
Durante el siglo XIX algunos exponentes de la evolución social argumentaban que
los primitivos eran incapaces de tener familia ya que al ser sexualmente
promiscuos los niños no podían reconocer a su padre.3 Cuando en 1913
Malinowski publica su libro The Family among the Australian Aborigines4, el
anterior debate acerca de si todas las sociedades tenían o no familias quedó
sepultado. Malinowski refuto este argumento al de mostrar que los aborígenes
australianos, que generalmente se creía practicaban “promiscuidad primitiva”,
poseían reglas que no sólo regulaban quien podía tener intercambio sexual con
quien durante las orgías, sino que también diferenciaban las uniones casuales de
los matrimonios legales. Malinowsky también “demostró” que los niños
2 N. Del T.:Crianza se usa en oposición a natura. En este sentido en el texto crianza esta usado como todo lo
que tiene que ver con el cuidado, la educación, la crianza de los niños, etc.
3 Lewis Henry Morgan, Ancient Society (New York: Holt, 1877).
4 Bronislaw Malinowsky, TheFamily Among the Australian Aborigines (London: University of London Press,
1913).
3
aborígenes australianos tenían padre al manifestar que entre estos aborígenes
existía el matrimonio y que cada mujer tenía un solo marido reconocido.
Más que haber agregado datos a una de las tendencias el libro de Malinowski
terminó con el debate sobre la universalidad de La Familia. Al distinguir acto
sexual de relaciones maritales, Malinowsky separó el comportamiento sexual de
las cuestiones de La Familia, volviendo la evidencia de la promiscuidad sexual un
hecho irrelevante para decidir acerca de la universalidad de La Familia. Por otra
parte Malinowsky argumentó que las relaciones maritales, y por lo tanto La
Familia, debían ser universales ya que satisfacían una necesidad humana
universal. Como escribió en una obra publicada tras su muerte:
The human infant needs parental protection for much longer period that does the
young of even the highest anthropoid apes. Hence, no culture could endure in
which the act of reproduction, that is, mating, pregnancy and childbirth, was not
linked up with the fact of legally founded parenthood, that is, a relationship in
which the father and mother have to look after the children for a long period, and,
in turn, derive certain benefits from the care and trouble taken. 5
(Los infantes humanos necesitan la protección paternal por un periodo de tiempo
mucho más prolongado del que necesitan incluso las crías de los más elevados
simios antropoides. Por otra parte ninguna cultura sería posible si el acto de
reproducción, el embarazo y el alumbramiento no estuvieran ligados a padres
legales, es decir una relación en la cual la madre y el padre deben cuidar de sus
niños por un largo periodo de tiempo, y, a cambio, se procuran ciertos beneficios
por el cuidado y las molestias ocasionadas.)
En su intento de demostrar la existencia de familias entre los aborígenes
australianos Malinowski describió tres características de las familias que creía
derivaban de la función universal de La Familia de “crianza” de los niños. En
primer lugar dijo que las familias debían tener fronteras claras. Si las familias
eran responsables de la función vital de “crianza” de los niños pequeños, los
miembros debían ser distinguidos de los otros para que todos pudieran saber
qué adultos debían responder por el cuidado de qué niños. El hecho de que los
4
padres y los niños australianos se reconociesen como tales le permitió sostener
que las familias formaban unidades bien definidas. Cada mujer aborigen tenía
sólo un marido, aún si algunos de estos maridos tenían más de una mujer y aún
si ocasionalmente permitían a sus mujeres dormir con otros hombres durante
ceremonias tribales. De esta manera demostró que cada niño aborigen tenía un
solo padre y una sola madre reconocidos, aun si estos ocasionalmente se
involucraban en relaciones sexuales con extraños.
En segundo lugar Malinowski argumentó que las familias debían tener un lugar
donde los miembros pudieran estar juntos y llevar a cabo las tareas que se
asociaban al cuidado y la crianza de los niños. Demostró, por ejemplo, que los
padres aborígenes y sus hijos pequeños compartían un único fuego, un hogar,
donde los niños eran alimentados y cuidados, aun si entre los aborígenes
nómadas el hogar se ubicara en un lugar diferente cada noche.
Finalmente Malinowski argumentó que los miembros de La Familia sentían afecto
los unos por los otros. Los largos años invertidos por el padre y la madre en el
cuidado de sus niños tenían como recompensa el cariño entre ellos y con sus
niños. Malinowski creía que esta larga e intima asociación entre los miembros de
La Familia forjaba fuertes lazos emocionales, particularmente entre el niño y sus
padres, pero también entre estos últimos como esposos. Era de esperarse que los
niños aborígenes y sus padres manifestasen los mismos sentimientos que los
niños y padres ingleses. Para probar esto Malinowski narró conmovedoras
historias de los esfuerzos hechos por los padres aborígenes para recuperar a sus
hijos perdidos en conflictos con otros aborígenes o colonizadores blancos, y los
esfuerzos hechos por los niños robados para encontrar a sus padres perdidos.
El libro de Malinowski sobre los aborígenes australianos dio entonces a los
científicos sociales un concepto de familia que consistía en una función universal,
la “crianza” de los niños. Este concepto estaba montado en 1) un conjunto
definido de personas que se reconocían entre ellas y se distinguían de otros
conjuntos similares; 2) un espacio físico definido, un fuego y un hogar; y 3) un
conjunto particular de emociones, cariño familiar. Este concepto de La Familia
como una institución para la “crianza” de los niños probablemente ha sido
duradera porque el cuidado de los niños parece ser la función principal de La
5 Bronislaw Malinowski, A Scientific Theory of Culture (Chaped Hill: University of North Carolina Press,
5
Familia en las modernas sociedades industriales. El error en el razonamiento de
Malinowski es el mismo que se encuentra en todo análisis funcionalista: que una
institución social parezca desarrollar una función necesaria no quiere decir ni
que la función no se llevaría a cabo si la institución no existiese, ni que la función
sea responsable de la existencia de esta institución.
Posteriormente algunos antropólogos desafiaron la idea de Malinowski de que
todas las familias incluyeran un padre, pero, irónicamente, mantuvieron todos los
otros aspectos de su definición de familia. Algunos de ellos argumentaron que la
unidad social básica no es La Familia nuclear incluyendo al padre sino la unidad
compuesta por una madre y sus niños: “Wether or not a mate becomes attached
to the mother on some more or less permanent basis is a variable matter”6 (Si la
pareja masculina se involucra con la madre de una forma más o menos estable es
una cuestión variable). A pesar de remover al padre de La Familia retuvieron el
concepto de Malinowski de La Familia como unidad funcional, y de este modo
retuvieron todas las características que a Malinowski le tomo tanto trabajo
“demostrar”. En algunos modernos trabajos antropológicos la unidad madre –hijo
se describe como desarrollando la función necesaria y universal de la “crianza” de
los niños pequeños. Una madre y sus hijos forman un grupo delimitado,
distinguible de otras unidades de madres e hijos. Una madre y sus hijos
comparten un lugar, un hogar y un fuego. Y, finalmente, una madre y sus hijos
comparten profundos lazos emocionales basados en su prolongado e intimo
contacto.
Los modernos antropólogos pueden haber removido al padre de La Familia, pero
no modificaron el concepto básico de familia de las ciencias sociales en donde la
función del cuidado de los niños se monta en un conjunto delimitado de personas
que comparte un espacio y que se aman los unos a los otros. Es exactamente este
concepto de familia el que encontramos, como antropólogas feministas, tan difícil
de aplicar. A pesar de que como científicos sociales al combinar los hechos
biológicos de la reproducción con una definición de matrimonio lo
suficientemente elástica podamos encontrar, en toda sociedad humana, tanto las
unidades madre-hijos como las unidades propuestas por Malinowski de pareja
conyugal más hijos, estas no necesariamente exhiben todas las características
1944), p. 99.
6
asociadas a La Familia que Malinowski “demostró” y que los modernos
antropólogos de alguna forma reproducen.
En cualquier sociedad un observador podría fácilmente delimitar fronteras
familiares identificando a los hijos de una mujer y la pareja de ésta, pero los
nativos podrían no estar interesados en hacer estas distinciones. En otras
palabras, los nativos podrían no preocuparse en distinguir a los miembros de La
Familia, como imaginó Malinowski al argumentar para que las responsabilidades
de cuidado de los niños fueran eficazmente asignadas las unidades de padres e
hijos debían tener fronteras claras. Muchas lenguas carecen de una palabra que
identifique la unidad de padres e hijos como la palabra family en lengua inglesa.
Entre los Zinacantecos del sur de México la unidad social básica es identificada
como “hogar”, puede incluir de una a veinte personas.7 Los Zinacantecos no
tienen problemas para referirse a los padres, hijos o esposo de un individuo, pero
no tiene una palabra que identifique la unidad de padres e hijos y la distinga de
otras unidades iguales. En la sociedad Zinacanteco la barrera entre los “hogares”
esta lingüísticamente marcada mientras que la barrera entre unidades de familia
no lo está. Así como ciertas lenguas carecen de una palabra para identificar
unidades de padres e hijos algunas familias carecen de un “lugar” familiar. En
toda sociedad los niños pequeños necesitan ser cuidados y alimentados, pero
padres e hijos no necesariamente duermen y se alimentan juntos en un mismo
lugar como una familia. Entre los Mundurucu, en el área tropical de Sudamérica,
los hombres de una aldea tradicionalmente vivían junto a los niños mayores de
trece años en la casa de los hombres; las mujeres vivían junto a otras mujeres y
los niños pequeños en dos o tres casas agrupadas alrededor de la casa de los
hombres. 8 En la sociedad Mundurucu hombres y mujeres comían y dormían por
separado. Los hombres comían en la casa de los hombres la comida que sus
mujeres les habían cocinado y entregado; las mujeres comían con las otras
mujeres y los niños en sus propias casas. Las parejas casadas también dormían
por separado y solo se reunían para mantener relaciones sexuales.
6 Robin Fox, Kinship and Marriage (London: Penguin, 1967), p. 39.
7 Evon Z. Vogt, Zinacantan: A Maya Community in the Highlands of Chiapas (Cambridge, Mass.: Harvard
University Press, 1969).
8 Yolanda y Robert Murphy, Women of the Forest (New York: Columbia University Press, 1974).
7
Finalmente las personas alrededor del mundo no necesariamente pretenden que
los miembros de La Familia se amen los unos a los otros. Puede esperarse que el
marido, la mujer, los padres y los niños tengan fuertes sentimientos los unos por
lo otros, pero no siempre esperan que el contacto intimo y prolongado tenga como
resultado aquel sentimiento de amor que Malinowski creyó era la recompensa que
los padres recibían por los cuidados invertidos en sus niños. La relación madre
hija, por ejemplo, no siempre es cálida y amorosa. En la moderna Zambia las
niñas no deben discutir sus asuntos personales ni buscar consejos de su madre.
Las niñas Zambianas deben buscar fuera a otra pariente mayor que les sirva de
confidente. 9 De esta misma manera, entre los indios Cheyenne, que hasta el siglo
pasado vivían en las grandes planicies americanas, se esperaba que la madre
tuviera una relación tensa con su hija.10 La madre se describe como amonestando
continuamente a su hija, y orientando la búsqueda de afecto de esta última hacia
la hermana de su padre.
De más esta decir que los antropólogos han reconocido que no todos los pueblos
del mundo comparten nuestra fe en una madre amorosa y sacrificada, pero en los
asuntos de La Familia y la maternidad, los antropólogos, como todos los
científicos sociales, confiamos más en nuestra fe que en la evidencia a la hora de
construir modelos teóricos. Es por nuestra creencia en una madre amorosa que
algunos antropólogos llegaron a proponer que una explicación general para el
hecho de que los hombres se casen más a menudo con la hija del hermano de su
madre que con la hija de la hermana de su padre, podría basarse en el supuesto
de que los hombres naturalmente buscan afecto (Ej. esposas) en el lugar en el
que lo han encontrado en el pasado (Ej. la madre y sus parientes).11
Una mirada hacia el pasado.
La visión de Malinowski de La Familia como una institución humana universal,
que tiene la función de crianza en un conjunto de personas específicas
(presumiblemente relaciones nucleares) asociadas a un espacio específico (el
hogar) y a lazos afectivos también específicos (amor), corresponde, como hemos
9
ILSA Schuster, New Women of Lusaka (Palo Alto, CA: Mayfield, 1979)
10 E. Adamson Hoebel, The Cheyennes: Indians of the Great Plains (New York: Holt, Rinehart and Winston,
1978).
8
visto, a la que asumen la mayoría de los actuales autores en el tema. Pero una
reconsideración de la evidencia etnográfica disponible sugiere que ésta visón es
más problemática de lo que un ingenuo observador podría pensar. Si las familias,
en el sentido de Malinowski, no son universales, entonces debemos empezar a
indagar sobre los prejuicios que, en un pasado, nos llevaron a una construcción
errónea del relevamiento etnográfico. Los asuntos aquí mencionados son
demasiado complejos como para explicarlos profundamente en este ensayo, pero
si lo que queremos es entender mejor la naturaleza de “La Familia” en el presente,
parece necesario explorar las dos siguientes cuestiones. La primera de ellas es
porqué tantos pensadores sociales continúan creyendo en La Familia con
mayúsculas, como una institución universal, y la segunda consiste en explorar si
la tradición antropológica nos ofrece alguna alternativa a la visión “natural y
necesaria” de las familias. Sólo entonces seremos capaces de sugerir “nuevas
perspectivas antropológicas” para La Familia en el presente.
Nuestra crítica positiva comienza retrocediendo en el tiempo. En las próximas
páginas sugerimos que una respuesta tentativa a estas dos preguntas reposa en
las tendencias intelectuales del siglo XIX que pensadores como Malinowski se
tomaron tanto trabajo en rechazar. Durante la segunda mitad del siglo XIX una
cantidad de desarrollos sociales e intelectuales, entre ellos las investigaciones
evolutivas de Charles Darwin, el crecimiento de los “problemas urbanos” en las
ciudades de rápido crecimiento, y la acumulación de información recopilada por
misioneros y agentes de los estados coloniales sobre pueblos no- occidentales,
contribuyeron a lo que hoy en día la mayoría reconoce como el surgimiento de las
modernas ciencias sociales. Alternativamente emocionados y perplejos por los
cambios de un mundo en rápida industrialización, pensadores tan diversos como
el socialista Frederick Engels12 y el apologista de la burguesía Herbert Spencer13
(por no hablar de los mitógrafos, historiadores de la religión e incluso feministas)
intentaron identificar los distintos problemas y potenciales de su sociedad
contemporánea construyendo modelos evolutivos de “como todo empezó”. Su
pensamiento estuvo orientado por una noción de progreso ya sea que, como
11 George C. Hommans y David M Schneider, Marriage, Authority, and Final Causes (Glencoe, Ill.: Free
Press, 1955).
12 Frederick Engels, The Origin of the Family, Private Property and the State, en Karl Marx and Frederick
Engels: Selceted Works, vol. 2 (Moscow: Foreign Language Publishing House, 1955)
9
Spencer, creyeran que el “hombre” había avanzado desde el amor a la violencia
hacia un más civilizado amor por la paz, o, como Engels, que la humanidad se
había trasladado desde la promiscuidad primitiva y el incesto hacia la
monogamia y el “amor sexual individual”. Orgullosos de su posición en el mundo
moderno, algunos de estos pensadores argumentaron que las reglas de la fuerza
habían sido trascendidas por nuevas reglas de la ley,14 mientras que otros creían
que un “misticismo” femenino existente en el pasado había sido suplantado por
una más elevada “moral” masculina.15
Al mismo tiempo, y sin importar lo que pensaran acerca de la vida social en el
capitalismo (algunos de ellos la criticaban pero ninguno la aborrecía del todo),
estos escritores compartieron un sentido de vacío moral y un miedo hacia la
inestabilidad y la pérdida. La experiencia los forzó a comprender que el orden
moral de su tiempo no se basaba en la inmutable jerarquía -desde Dios al rey y al
padre en el hogar-, como la que los europeos habían tenido en el pasado. 16 Si
bien el funcionalismo llevó a Malinowski a resaltar las continuidades en todas
las formas sociales humanas, sus predecesores del siglo XIX estaban más
preocupados por entender los hechos y las fuerzas que rompían su mundo de
experiencia. Estaban interesados en modelos comparativos, para ser más
exactamente evolutivos, porque sus vidas y sus sentimientos se dividían entre la
celebración y el miedo al cambio. Para ellos la importancia de La Familia no se
basaba en una supuesta inmutabilidad o uniformidad, sino por ser al mismo
tiempo, la precondición moral para el triunfo y la victima de la sociedad
capitalista en desarrollo. Pensadores como Ruskin temían que sin una dimensión
femenina y familiar seríamos victimas de un mercado que destruiría los
verdaderos lazos humanos.17Mientras que hombres como Engels, por un lado
denunciaban el impacto del mercado en la vida y el amor familiar, por el otro
coincidían con colegas más conservadores al insistir en que la forma de nuestra
familia contemporánea se beneficiaba de la moral individualista de la vida
moderna y alcanzaba una altura moral y romántica anteriormente desconocida.
13 Herbert Spencer, The principles of Sociology, vol. 1, Domestic Institutions (New York: Appleton, 1973).
14 John Stuart Mill, The Subjection of Women (London: Longmans, Green, Reader and Dyer, 1869).
15 J.J. Bachofen, Das Mutterretch (Stuttgart, 1861).
16 Elizabeth Fee, “The Sexual Ploitics of Victorial Social Anthropology” en Clio´s Banner Raised, ed. M.
Hartman y L. Banner (New York: Harper and Row, 1974)
17 John Ruskin, “Of Queen´s Gardens”, en Sesame and Lilies (London: J. M. Dent, 1907).
10
Teniendo en cuenta sus objetivos y la información limitada con la que trabajaban
no debe sorprendernos que la mayoría de lo que estos pensadores del siglo XIX
hayan dicho resulte fácilmente refutable en nuestros días. Sostenían que en días
más simples cuestiones como el incesto eran la norma. Pensaban que las mujeres
habían gobernado en estados “matriarcales” amantes de la paz o,
alternativamente, que la fuerza bruta había determinado primitivamente lo
correcto de lo incorrecto. Ninguna de estas visiones de un mundo primitivo más
natural, femenino, sexual o violento cuadran con la evidencia contemporánea de
lo que en niveles tecnológicos y organizativos podría encontrarse en formas
sociales más “simples” o“primitivas”. De todos modos, nosotras sugerimos que,
sin importar los errores que cometieran, estos pensadores del siglo XIX pueden
ayudarnos a repensar La Familia hoy, al menos en parte porque
(desafortunadamente) somos los herederos de su prejuicio, y en parte, porque su
preocupación por caracterizar la diferencia y el cambio dio origen a reflexiones
mucho más prometedoras que lo que sus críticos funcionalistas pudieron pensar.
En primer lugar si bien los teóricos evolucionistas del siglo XIX no creyeron que
La Familia fuese universal, la raíz de los supuestos modernos puede rastrearse en
su creencia de que las mujeres son, y siempre han sido, definidas por su eterno e
inmutable rol de “crianza”, conectividad y reproducción. La mayoría de los
pensadores del siglo XIX imaginaron el desarrollo social como un proceso de
diferenciación desde un estado confuso (y por lo tanto incestuoso) indeterminado
y de orientación femenina hacia uno de hombres guerreros, que destruyen sus
lazos sociales “naturales” forjando así nuevos lazos públicos y políticos que crean
un “orden” humano. Para algunos de ellos pareció razonable asumir que las
mujeres dominaban, como matriarcas, en el temprano estado indiferenciado, pero
incluso ellos creyeron que las mujeres eran ante todo “madres” definidas por su
rol de “crianza”/”cuidadora” y por lo tanto excluidas de la competencia, la
cooperación, el ordenamiento y el cambio social conducido y dominado por sus
parejas masculinas. De esta manera, si bien los pensadores del siglo XIX podían
diferir en la evaluación de tales cuestiones como de “estatus femenino”, todos
ellos creían que los roles reproductivos de la mujer la hacían diferente de y
complementaria al hombre y garantizaban tanto la relativa pasividad de la mujer
a lo largo de la historia de la humanidad, como la relativa continuidad de los
11
dominios y funciones “femeninas” en las sociedades humanas. El cambio social
se realizaba en los actos de los hombres, quienes dejaban a sus madres en
hogares que se reducían. Y la esfera femenina de la “crianza” fue reconocida
como complementaria y necesariamente correctiva de los objetivos más
competitivos de los hombres, no porque estos pensadores reconocieran a la mujer
como un actor político que influyera en el mundo, sino más bien porque temían
los posibles resultados del moralmente cuestionable crecimiento del mercado
capitalista dominado por el hombre.
En pocas palabras, para los evolucionistas del siglo XIX, la mujer se asoció con
un rol biológico inmutable y una romántica visión de comunidad proyectada
hacia el pasado, mientras que los hombres se imaginaron como los agentes de
todo proceso social. A pesar de que nuestros pensadores contemporáneos hayan
refutado diferentes aspectos de la escuela evolucionista, en este punto seguimos
siendo sus herederos. Los supuestos victorianos acerca de los géneros y la
relación entre los masculinos mercados competitivos y los femeninos pacíficosamorosos
hogares, no fueron abandonados en las posteriores escuelas de
pensamiento funcionalista, al menos en parte, porque los omnipresentes
prejuicios sexistas hacen que resulte sencillo olvidar que las mujeres, como los
hombres, son un importante actor en todos los mundos sociales. Por otra parte,
la preocupación de los funcionalistas por entender todas las formas sociales como
“necesidades” biológicas ayudó a fortalecer las anteriores creencias que
asociaban la acción, el cambio y el interés con hechos de los hombres, porque
pensaban el parentesco como lazos biológicos dados y las familias como unidades
para las necesidades reproductivas, y finalmente a las mujeres como meras “
reproductoras” cuya contribución a la sociedad era esencialmente definida por los
requerimientos de sus hogares.
Si bien la mayoría de los científicos sociales modernos heredamos los prejuicios
victorianos que tienden hacia una perspectiva que unifica a la mujer y La Familia
con un conjunto aparentemente inmutables de necesidades biologicamente
dadas, hemos, sin embargo, fracasado en considerar un pequeño area en la cual
los evolucionistas victorianos no se equivocaron. Ellos entendieron, a diferencia
de nosotros todavia hoy, que las familias -como las religiones, las economías, los
gobiernos o las leyes-, no son inmodificables sino el producto de variadas formas
12
sociales, que las relaciones entre los esposos y entre los padres y sus pequeños
hijos pueden ser de diferentes maneras en los diferentes ordenes sociales. Para
ser más precisos, si bien los escritores del siglo XIX se formaron una concepción
totalmente errónea de la sociedad primitiva, estaban en lo correcto al insistir en
que La Familia, en su sentido moderno - una unidad biologica y legalmente
definida, asociada a la propiedad, la autosuficiencia, con el afecto y el espacio
“dentro” del hogar- es algo que emerge no en las cuevas de la Edad de Piedra
sino en las formas sociales del complejo gobierno del Estado. Los pueblos tribales
pueden hablar de linajes, casas y clanes, pero, como hemos visto, rara vez tienen
una palabra que denote Familia como un grupo particular y limitado de
parentesco, rara vez se preocupan acerca de las diferencias entre herederos
legítimos o ilegítimos o de que lo que los hijos y/o sus padres hagan se refleje en
la imagen publica de su familia y su amor propio (como a menudo nos pasa en
nuestra sociedad). De hecho la influencia política en los grupos tribales consiste
en sumar niños al hogar y en, lejos de querer distinguir entre los Smith y los
Jones, convencer al vecino a unírseles en una sola casa como si fueran parientes.
Las familias modernas, por el contrario, tratan de mantener a sus vecinos fuera.
Esta claro que el carácter la ideología y las funciones de La Familia no están
dadas para todos los tiempos. Por el contrario, para tomar una frase victoriana,
La Familia es una unidad moral, una manera de organizarse y pensar acerca de
las relaciones humanas en un mundo en donde lo doméstico se percibe como
opuesto a un exterior moldeado por la política, y donde los individuos se
encuentran dependiendo de un conjunto de ataduras individuales para poder
sobrevivir los dictados de un mercado impersonal y un orden político externo.
En pocas palabras, lo que los victorianos reconocieron y nosotros tendemos a
olvidar es, ante todo, que la vida social humana ha variado en su forma “moral”
(podríamos decir “cultural” o “ideológica”), y que hacer familias es algo más que
hacer bebes. Al ver La Familia como algo más que una respuesta a necesidades
biológicas omnipresentes, los victorianos comprendieron que las familias no
existen en todas partes, es una unidad moral e ideológica que no aparece
universalmente (como creen hoy la mayoría de los científicos sociales) sino en
ordenes sociales particulares. La Familia, tal cual la conocemos, no es un grupo
“natural” creado por un Estado que reconoce las familias como las unidades que
13
sostienen la propiedad, proveen de cuidados y bienestar y atienden
particularmente a los pequeños; una esfera conceptualizada como un espacio de
amor e intimidad en oposición a las normas más “impersonales” que dominan la
economía y política modernas. En formas sociales sin estado uno puede
encontrar grupos de personas genealógicamente relacionadas que interactúan
diariamente y comparten recursos materiales, pero tanto el contenido de sus
lazos, la manera de pensar sus uniones y su concepción de la relación entre
vínculos familiares inmediatos y otras formas de sociabilidad, pueden ser
distintas de las ideas y los sentimientos que pensamos como correctamente
pertenecientes a las familias que conocemos. En otras palabras, dado que
nuestra noción de La Familia tiene su raíz en el contraste entre la esfera “pública”
y la “privada”, no encontraremos familias como la nuestra en sociedades en
donde la vida publica y política sea completamente diferente a la nuestra.
Los pensadores victorianos entendieron correctamente el vínculo entre nuestras
delimitadas familias modernas y el Estado moderno, a pesar de que pensaran que
ambos se relacionaban por una necesaria teleología del progreso moral. Nuestra
argumentación se parece a la de ellos no en la explicación que podemos buscar,
sino en nuestro sentidmiento de que si nosotros, hoy, estamos interesados en el
cambio, debemos comenzar por probar y entender el cambio en las familias del
pasado. En este punto los victorianos, y no los funcionalistas, deben ser nuestros
guías, ya que ellos reconocieron que todos los lazos humanos tienen formas
“morales” o “culturales”, y más específicamente, que la particular “moralidad” de
las formas de familia contemporáneas tiene su raíz en un conjunto de procesos
que vinculan nuestra experiencia íntima y atan a políticas públicas.
Hacia una reelaboración del pensamiento
Nuestra perspectiva de las familias nos obliga entonces a escuchar atentamente
lo que dicen los nativos en otras sociedades acerca de las relaciones con sus
parientes genealógicamente más cercanos. Esto mismo se aplica a los nativos de
nuestra propia sociedad. Nuestra comprensión de las familias en la sociedad
americana contemporánea será tan rica como nuestra comprensión de los
significados simbólicos de La Familia para los Americanos. Un análisis cultural
14
completo de La Familia como una construcción ideológica americana está más
allá de las posibilidades de este ensayo. Pero podemos indicar algunas de las
direcciones y como profundizaría nuestros conocimientos acerca de las familias
americanas.
Una de las nociones centrales en la moderna construcción americana de La
Familia es la de “crianza”(nurturance). Cuando los antifeministas atacan la
Enmienda de Igualdad de Derechos, por ejemplo, mucha de su retórica juega con
la anticipada pérdida de la función de “crianza” que asociamos a La Familia. De
esta misma manera cuando las fuerzas pro-vida denuncian el aborto lo colocan
como la última negación de la “crianza”. En un sentido estos argumentos son
variaciones de una visión funcionalista que liga La Familia a funciones
específicas. La lógica del argumento es que como la gente necesita crianza y La
Familia proporciona crianza, la gente necesita La Familia. Sin embargo, si
adoptamos la perspectiva de La Familia como una unidad ideológica, más que
como una simple unidad funcional, deberíamos examinar este silogismo más
cuidadosamente. Podemos preguntarnos, en primer lugar, a que se refiere la
gente con crianza. Obviamente se refieren a algo más que la alimentación, que es
la provisión de alimento, ropas y refugio requerido para la supervivencia
biológica. Lo que evoca la palabra crianza es un cierto tipo de relación, una
relación que conlleva afecto y amor, que se basa en la cooperación en oposición a
la competencia, que es duradera no temporaria, que es grupal más que individual
en su ejecución, que esta gobernada por la moral y los sentimientos en vez de por
la ley y el contrato.
La razón por la que hemos expuesto estos atributos de La Familia en términos de
oposición es porque en los sistemas simbólicos los significados de los conceptos
suelen ser más fácilmente comprensibles al explicitar sus oposiciones. Por otra
parte, para entender nuestra construcción Americana de La Familia debemos, en
primer lugar, hacernos un mapa del sistema de construcciones mayor del que La
Familia es sólo una parte. Cuando asumimos este tipo de análisis de La Familia
en nuestra sociedad, descubrimos que mucho de lo que da forma a nuestra
concepción de La Familia es su oposición simbólica al trabajo y los negocios, en
otras palabras, a las relaciones de mercado del capitalismo. Después de todo es
en el mercado donde vendemos nuestro trabajo y negociamos relaciones
15
contractuales de trabajo y nos asociamos en relaciones competitivas y
temporarias que deben ser reforzadas por la ley y las sanciones legales.
Nuestro apego hacia La Familia se vuelve comprensible al examinar la oposición
simbólica entre La Familia y las relaciones de mercado, pero esta oposición
también ayuda a develar algunas particularidades de nuestra construcción de La
Familia. Difícilmente podemos hablar de una noción universal de La Familia
compartida por las personas en todo momento y en todo lugar, porque la gente no
siempre ha participado en relaciones de mercado a partir de las cuales construir
una noción de familia contrastante.
Al darnos cuenta de que nuestra idea de La Familia es parte de un conjunto de
oposiciones simbólicas a través del cual interpretamos nuestra experiencia en
una sociedad en particular, estamos obligados a preguntarnos hasta que punto
este conjunto de oposiciones refleja las oposiciones reales entre las personas y
hasta que punto les da también forma. Nosotras no adherimos a un modelo de
cultura en el cual la ideología este separada de la experiencia de las personas. Por
otro lado, tampoco concebimos la conexión entre las construcciones de las
personas y su experiencia como un simple reflejo epifenomenal. Estamos, en todo
caso, interesadas en entender la forma en que las personas llegan a resumir su
experiencia en construcciones (folks ) que traducen la diversidad, complejidad y
contradicción en sus relaciones. Si, por ejemplo, consideramos la segunda
premisa del anteriormente mencionado silogismo (la idea de que La Familia
proporciona a la gente crianza) podemos preguntarnos cómo las personas
concilian esta premisa con el hecho de que las relaciones al interior de La Familia
no siempre son simples ni altruistas. No necesitamos volver a traer la evidencia
ofrecida por historiadores sociales (ej. Philippe Aries 18 y Laurence Stone19) sobre
los malos tratos y descuidos de los niños y los esposos en la historia de las
familias occidentales, ya que sólo debemos leer nuestro diario local para conocer
abusos similares entre nuestras familias contemporáneas. También podemos
señalar otros trabajos, como Family and Kinship in East London20 de Young y
Willmott, que revelan la frecuencia en que las personas encuentran mayor
18 Philippe Aries, Centuries of Childhood, trans. Robert Baldick (New York: Vintage, 1962).
19 Lawrence Stone, The Family, Sex, and Marriage in England 1500-1800 (London: Weidenfeld and
Nicholson, 1977).
16
intimidad y soporte emocional en relaciones con individuos o grupos fuera de La
Familia de lo que consiguen en la relación con los miembros de La Familia.
Nuestro punto no es que tanto nuestros antepasados como nosotros seamos, de
manera uniforme, malos o poco cuidadosos con los miembros de La Familia, sino
más bien que todos somos y hemos sido tanto buenos y malos, como generosos y
no generosos. En este mismo sentido nuestras acciones hacia los miembros de La
Familia no son siempre motivadas por un altruismo sino que también están
motivadas por un interés personal. Lo que resulta significativo es que si bien
nuestras complejas relaciones son el resultado de motivaciones complejas,
imaginamos las relaciones al interior de La Familia como de crianza mientras que
catalogamos las relaciones fuera de esta, particularmente en la esfera del trabajo
y los negocios, como lo opuesto.
Debemos ser cuidadosos de no sobre-simplificar el asunto explicando las
disparidades entre nuestra noción de La Familia como fuente de crianza y
nuestras acciones reales hacia los miembros de La Familia, como el error
predecible de seres imperfectos, ya que aquí hay más que una mera disyunción
entre lo ideal y lo real. Después de todo la construcción americana de La Familia
es lo suficientemente compleja para incluir algunas contradicciones claves. La
Familia es vista no sólo como representando la antitesis de las relaciones de
mercado capitalistas, sino que también es sacralizada en nuestro imaginario
como el último reducto contra el Estado, como el refugio simbólico frente a la
intrusión de un dominio público que constantemente amenaza nuestro sentido de
la privacidad y nuestra autodeterminación. Consecuentemente no debería
sorprendernos el hecho de que los castigos impuestos hacia las personas que
cometen violencia física es menor cuando las victimas son miembros de su propia
familia.21 De hecho el sentido de privacidad de las cosas que suceden al interior
de La Familia es tan fuerte que el porcentaje de los casos procesados de
homicidio involucrando miembros de La Familia es menor que el de que involucra
extraños.22 Nos enfrentamos entonces a la ironía de que en nuestra sociedad el
20 Michael Young y Peter Willmott, Family and Kinship in East London (London: Routeledge and Kegan
Paul, 1957).
21 Henry P. Lundsgaarde, Murder in Space City: A Cultural Análisis of Houston Homicide Patterns (New
York: Oxford University Press, 1977).
22
Idem 19.
17
lugar en donde se supone que encontramos la crianza y el afecto desinteresado es
simultáneamente el lugar donde la violencia es más tolerada.
Existen otros dilemas acerca de La Familia que un examen acerca de su
naturaleza ideológica podría ayudarnos a comprender. Por ejemplo, la hipótesis
de que en Inglaterra y los Estados Unidos los matrimonios entre los grupos de
menor ingreso (“clase trabajadora”) están caracterizados por un grado mayor de
“segregación de roles conyugales” que los matrimonios de los grupos de ingreso
medio, ha generado una considerable confusión. Desde que Bott observo en su
estudio de las familias londinenses que las parejas de clase trabajadora exhibían
roles conyugales más segregados que las parejas de clase media, que tendían a
roles conyugales más “articulados”,23los investigadores han dado con una serie de
diversos y confusos descubrimientos. Por un lado algunos investigadores han
encontrado que las parejas de clase trabajadora de hecho muestran relaciones
con roles conyugales más segregados, en otras palabras tareas, intereses y
actividades claramente diferenciados entre hombres y mujeres, que las parejas
de clase media. 24 Otros investigadores, sin embargo, hicieron cuestionamientos
metodológicos críticos acerca de cómo puede definir una actividad “articulada” y
como puede medirse el grado de “articulación” en una relación conyugal.25 El
hallazgo de Platt de que las parejas que mostraban tener “articulación” en una
actividad podían no tenerla en otra es significativo porque demostró que la
“articulación” no es una característica general de una relación que se manifiesta
a sí misma sobre una serie de dominios. Las parejas llevan a acabo actividades y
tareas juntos o lo hacen por separado pero de manera igualitaria y también tiene
actividades en donde no participan los dos. La medida de “articulación” en las
relaciones conyugales se vuelve aún más problemática cuando reconocemos que
lo que un individuo o una pareja puede catalogar como una “actividad articulada”
otro individuo o pareja puede considerarlo como una “actividad segregada”. En el
23 Elizabeth Bott, Family and Social Network: Roles, Norms, and External Relationships in Ordinary Urban
Families (London: Tavistock, 1957).
24 Herbert J. Gans, The Urban Villagers (New York: Free Press, 1962); C. Rosset and C Harris, The Family
and Social Change (London: Routledge and Kegan Paul, 1965).
25 John Platt, “Some Problems in Measuring the Jointness of Conjugal Role-Relationships”, Sociology 3
(1969):287-97; Christopher Turner, “Conjugal Roles and Social Networks: A Re-examination of an
Hypothesis”, Human Relations 20 (1967): 121-30; y Morris Zelditch Jr., “Family, Marriage AND kinship”, en
A Handbook of Modern Sociology, ed. R. E. L. Faris (Chicago: Rand Mc Nally, 1964), pp. 680-707.
18
estudio de Bott, por ejemplo, algunas parejas sentían que todas las actividades
que se llevaran a cabo por el marido o la mujer en la presencia del otro eran
Similar in kind regardless of whether the activities were complementary (e.g.
sexual intercourse, though no one talked about this directly in the home
interview), independent (e.g. husband repairing book while the wife read or
knitted), or shared (e.g. washing up together, entertaining friends, going to the
pictures together). It was not even necessary that husband and wife should
actually be together. As long as they were both at home it was felt that their
activities partook of some special, shared, family quality. 26
(Las actividades eran de un tipo similar, sin importar si eran complementarias (ej.
Intercambio sexual, aunque nadie hablo directamente de esto en la entrevista en el
hogar), independientes (ej. el esposo reparando un libro mientras la mujer lee o
teje), o compartidas (ej. lavando juntos, entreteniendo amigos, yendo al cine). No
era siquiera necesario que el esposo y su mujer estuvieran de hecho juntos.
Mientras ambos estuvieran en el hogar sentían que las actividades eran de
calidad especial, familiar, compartida.)
En otras palabras, la distinción hecha por Bott entre relaciones “articuladas”
“diferenciadas” y “autonómicas” (independientes) resume la manera en que la
gente se siente y piensa acerca de sus actividades, más que la manera en que se
observo que realmente lo hacían. Una vez más no se trata simplemente de una
disyunción entre lo que la gente dice que hace y lo que en realidad hace. El punto
más convincente es que el significado que las personas adjuntan a su acción, ya
sea que la vean como coordinada y por lo tanto compartida o de alguna otra
forma, es un componente integral de esa acción y no pude separase de ella en
nuestro análisis. Cuando comparamos las relaciones conyugales de las personas
de ingreso medio y de ingreso bajo, o cualquiera de las relaciones familiares entre
diferentes sectores de clase, de edad, étnicos, y regionales de la sociedad
americana, debemos reconocer que nuestras comparaciones se basan en
diferencias y similitudes en significados ideológicos y morales, así como también
en diferencias y similitudes en la acción.
26 Bott, Family and Social Network, p. 240.
19
Finalmente la comprensión de que La Familia no como una “cosa” concreta que
satisface “necesidades” concretas, sino más bien una construcción ideológica con
implicaciones morales, puede hacer posible un análisis más refinado del cambio
histórico en La Familia americana y occidental, que el que hemos heredado de
nuestros ancestros funcionalistas. La visión funcionalista de la industrialización,
la urbanización y los cambios en La Familia describen La Familia como una
respuesta mecánica a las alteraciones económicas y sociales. A medida que la
producción es removida del dominio familiar, disminuye la necesidad de reglas
estrictas y estructuras de autoridad claras que aseguren la productividad del
trabajo al interior de La Familia. Al mismo tiempo las personas, que ahora se ven
forzadas a trabajar por salarios en escenarios impersonales, necesitan un espacio
donde obtener cierto grado de apoyo emocional y gratificación. Es por esta razón
que La Familia comienza a preocuparse más por sus funciones “expresivas”, y lo
que emerge es la moderna “familia compañera”. En síntesis, en la narrativa
funcionalista La Familia y sus miembros constitutivos se “adaptan” para
satisfacer requerimientos funcionales creados por la industrialización de la
producción. Una vez que comencemos a ver a La Familia como una unidad
ideológica, y le prestemos el mismo respeto que a cualquier estatuto moral,
podremos empezar a develar el más complejo proceso dialéctico a través del cual
las relaciones familiares y La Familia, como construcción, se transformaron
mutuamente. Podremos examinar, de una vez por todas, la forma en que las
personas y las instituciones estatales actuaron, y no sólo reaccionaron,
asignando a grupos de parentesco ciertas funciones de las que se los
responsabilizo legalmente. Podremos investigar la forma en que las crecientes
limitaciones impuestas a los agentes comunitarios y el estado en lo que se refiere
a las relaciones entre los miembros familiares, engendró la independencia de La
Familia. Podremos comenzar a entender las consecuencias de reformas sociales y
políticas saláriales a través de las desigualdades de sexo y edad al interior de La
Familia. Y podremos dilucidar la interacción entre estos cambios sociales y las
transformaciones culturales que modificaron antiguos significados y asignaron
nuevos para hacer de La Familia lo que hoy creemos que es.
Finalmente este tipo de reelaboración del pensamiento nos llevará a cuestionar
las contradictorias perspectivas modernas que sostienen que frente a la creciente
20
impersonalidad del mundo público más necesitamos La Familia y al mismo
tiempo sostienen que La Familia como fuente de afecto esta en desaparición. De
muy distintas maneras las personas buscan en La Familia el amor que el dinero
no puede comprar, y encuentran que nuestro mundo contemporáneo hace el
“amor” más frágil de lo que la mayoría quisiera y la “crianza” más interesada de lo
que creeríamos.27Pero lo que no logramos reconocer es que tanto la crianza
familiar como las fuerzas sociales que convierten a nuestras familias ideales en
meros sueños flotantes, son ambas creaciones del mundo como lo conocemos
hoy. Más que pensar en La Familia ideal como un mundo que hemos perdido (o
como los victorianos, como un mundo que acabamos de conseguir) es importante
que reconozcamos que las si bien las familias simbolizan importantes y
profundos temas modernos, las familias contemporáneas rara vez serán capaces
de satisfacer nuestra igualmente moderna necesidad de crianza.
Probablemente no tengamos ningún motivo para temer (o festejar) que La Familia
vaya a disolverse. Lo que podemos comenzar a hacer es preguntarnos que es lo
que querríamos que hagan nuestras familias. Solo entonces, cuando hayamos
distinguido nuestros deseos de lo que en realidad tenemos, podremos comenzar a
analizar los factores sociales que pueden contribuir u obstruir la realización del
tipo de lazos humanos que necesitamos.
27 Rayna Rapp, “Family and Class in Contemporary America: Notes Towards an Understanding of Ideology”,
Science and So
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