Se termina octubre como se sucumbe ante un fuego frío,
son interminables las noches de recuerdos,
son abominables los días sin destino,
y es menester en un amanecer perdido
comenzar una marcha hacia donde nunca se ha ido,
dejar de garabatear promesas en los cuadernos vanos,
dejar de amontonar certezas pobres
que nunca alcanzarán a aniquilar cobardes bríos.
Se suelta de los sueños de la infancia
una niña tímida que fue títere de un viento tibio,
que no quiso mirar con ojos grandes
lo que se chocaba en todos los días sucesivos
y que encontró su hora infausta,
la hora de ver la verdad sin más suspiros,
y tuvo que entender que no mirar era elegir
el peor entre todos los caminos.
Por eso miró de frente en el espejo
unos raros ojos que eran míos,
y eligió por una vez no ser cobarde,
arrojarse sin redes al vacío.
viernes, 27 de abril de 2012
jueves, 26 de abril de 2012
Soy ese río, de Daniela Della Bruna
En la furia de una tormenta antojadiza pasé una noche sin sueño,
en un lugar ya sin cadenas, ni sogas, ni pesares venideros,
como ese verano aventurero que me permitió enterrar
un final que pude paladear como festejo.
Festejé tantos finales rozagantes, tantas historias
que sucumbieron prestas en el latir del tiempo,
siempre para zambullirme en olas nuevas,
de viejos mares, en olas repetidas de antiguos ruegos.
Es la huida intempestuosa de mi sangre
la que grita como el río
que ha vaciado una y otra vez sus aguas,
y sin embargo sigue nombrado como el mismo río.
Como soy nombrada con el mismo nombre,
a pesar de ser vasija de otros torrentes del destino,
a pesar de ser otra y la misma,
muralla con memoria, habitada por otros inquilinos.
en un lugar ya sin cadenas, ni sogas, ni pesares venideros,
como ese verano aventurero que me permitió enterrar
un final que pude paladear como festejo.
Festejé tantos finales rozagantes, tantas historias
que sucumbieron prestas en el latir del tiempo,
siempre para zambullirme en olas nuevas,
de viejos mares, en olas repetidas de antiguos ruegos.
Es la huida intempestuosa de mi sangre
la que grita como el río
que ha vaciado una y otra vez sus aguas,
y sin embargo sigue nombrado como el mismo río.
Como soy nombrada con el mismo nombre,
a pesar de ser vasija de otros torrentes del destino,
a pesar de ser otra y la misma,
muralla con memoria, habitada por otros inquilinos.
miércoles, 25 de abril de 2012
La víspera, de Daniela Della Bruna
¡Ay, si dejara de doler la vanidad de este cansado corazón esquivo,
si la infausta hora que me vio nacer volviera para volverme libre,
si el desprendimiento fuera el único verdugo vivo!
Pero es larga la noche de los desvanecidos,
larga la espera de la luz,
largo el completo transitar por mis sentidos.
Es interminable el trajinar de las voces que reclaman,
no puedo darme más respuestas que la espera,
aquella hora inicial sólo me dio extravío.
No se me llenaron nunca los pulmones de luciérnagas,
entonces fui la criatura de la chocante cobardía,
de la siempre intrascendente comodidad,
de la ensayada pleitesía.
Fui la criatura que le robó flores a los jardines del olvido,
que no tuvo más historias que las que leyó en los libros,
y que sin más remedio que el propio llanto ennegrecido
no supo despertar cuando la azotaron los reclamos del destino.
Llega el día en que existir se vuelve mandato,
llega el día donde hay que elegir,
responder, gritar, hacer, hablar, romper.
Llega el día.
Llega más funesto que el día de la muerte.
Llega el día.
si la infausta hora que me vio nacer volviera para volverme libre,
si el desprendimiento fuera el único verdugo vivo!
Pero es larga la noche de los desvanecidos,
larga la espera de la luz,
largo el completo transitar por mis sentidos.
Es interminable el trajinar de las voces que reclaman,
no puedo darme más respuestas que la espera,
aquella hora inicial sólo me dio extravío.
No se me llenaron nunca los pulmones de luciérnagas,
entonces fui la criatura de la chocante cobardía,
de la siempre intrascendente comodidad,
de la ensayada pleitesía.
Fui la criatura que le robó flores a los jardines del olvido,
que no tuvo más historias que las que leyó en los libros,
y que sin más remedio que el propio llanto ennegrecido
no supo despertar cuando la azotaron los reclamos del destino.
Llega el día en que existir se vuelve mandato,
llega el día donde hay que elegir,
responder, gritar, hacer, hablar, romper.
Llega el día.
Llega más funesto que el día de la muerte.
Llega el día.
martes, 24 de abril de 2012
Preludio, de Daniela Della Bruna
Lloro el cansancio de la densa lluvia,
de la eterna resistencia,
del eterno ataque sin razón.
En la polvorosa aurora,
se decantaron uno a uno los remolinos de mi sangre,
se licuaron mis venas.
Ha gemido todo cuartel de invierno,
ya no quedan prisas,
ni temores.
En la última cobardía de no querer más palos,
se pregunta el cuerpo apedreado
y sin cobijo
cuánto falta para que acabe el frío,
para que duerman los músculos,
para que callen los gritos.
Cuánto falta para que la piel no se queme,
cuánto para dejar de sentir,
de rodar por falsos ríos.
Publicado en Antología Escritura sin fronteras 2011, Editorial Raíz Alternativa.
de la eterna resistencia,
del eterno ataque sin razón.
En la polvorosa aurora,
se decantaron uno a uno los remolinos de mi sangre,
se licuaron mis venas.
Ha gemido todo cuartel de invierno,
ya no quedan prisas,
ni temores.
En la última cobardía de no querer más palos,
se pregunta el cuerpo apedreado
y sin cobijo
cuánto falta para que acabe el frío,
para que duerman los músculos,
para que callen los gritos.
Cuánto falta para que la piel no se queme,
cuánto para dejar de sentir,
de rodar por falsos ríos.
Publicado en Antología Escritura sin fronteras 2011, Editorial Raíz Alternativa.
lunes, 23 de abril de 2012
Otra espera, de Daniela Della Bruna
No volverán las brisas que hamacaban sutiles las hojas del tiempo,
se estrecharon los campos después del incendio,
se apagaron en la noche los aullidos de la loba,
se retuercen sus hijos en sus pechos secos.
No volverán a cantar los pájaros que alegraban el alba,
ni habrá lluvia que alimente a las yermas tierras del olvido,
brilla como un diamante la sonrisa de la cobardía,
escondida en ese último rincón del río.
Se escapan los suspiros contenidos,
desde el oscuro esófago al estómago estrecho,
son todas turbulencias de noches sin risas,
son todas huidas sucesivas. Huye ese que acechaba.
Huyen todos los bramidos triunfantes, los gemidos locos,
se transforma todo en un éxodo de luces apagadas,
de escondites siniestros, y las pobres esperanzas
son mariposas de un día que no ha querido tener sol.
Y en la totalidad absoluta de este rincón perdido,
en la devastadora furia de impotencias y soledades,
en este nido roto y desarmado,
todavía respira a duras penas una pena elocuente.
Publicado en la Antología Escritura sin frontera 2011, Editorial Raíz Alternativa.
se estrecharon los campos después del incendio,
se apagaron en la noche los aullidos de la loba,
se retuercen sus hijos en sus pechos secos.
No volverán a cantar los pájaros que alegraban el alba,
ni habrá lluvia que alimente a las yermas tierras del olvido,
brilla como un diamante la sonrisa de la cobardía,
escondida en ese último rincón del río.
Se escapan los suspiros contenidos,
desde el oscuro esófago al estómago estrecho,
son todas turbulencias de noches sin risas,
son todas huidas sucesivas. Huye ese que acechaba.
Huyen todos los bramidos triunfantes, los gemidos locos,
se transforma todo en un éxodo de luces apagadas,
de escondites siniestros, y las pobres esperanzas
son mariposas de un día que no ha querido tener sol.
Y en la totalidad absoluta de este rincón perdido,
en la devastadora furia de impotencias y soledades,
en este nido roto y desarmado,
todavía respira a duras penas una pena elocuente.
Publicado en la Antología Escritura sin frontera 2011, Editorial Raíz Alternativa.
viernes, 20 de abril de 2012
Un rostro en el otoño, de Olga Orozco
La mujer del otoño llegaba a mi ventana
sumergiendo su rostro entre las vides,
reclinando sus hombros, sus vegetales hombros, en las nieblas,
buscando inútilmente su pecho resignado a nacer y morir entre dos sueños.
Desde un lejano cielo la aguardaban las lluvias,
aquellas que golpeaban duramente su dulce piel labrada por el duelo de una vieja estación,
sus ojos que nacían desde el llanto
o su pálida boca perdida para siempre, como en una plegaria que inconmovibles dioses acallaran.
Luego estaban los vientos adormeciendo el mundo entre sus manos,
repitiendo en sus mustios cabellos enlazados
la inacabable endecha de las hojas que caen;
y allá, bajo las frías coronas del invierno,
el cálido refugio de la tierra para su soledad, semejante a un presagio,
retornada a su estela como un ala.
Oh, vosotros, los inclementes ángeles del tiempo,
los que habitáis aún la lejanía
-ese olvido demasiado rebelde-;
vosotros, que lleváis a la sombra,
a sus marchitos ídolos, eternos todavía,
mi corazón hostil, abandonado:
no me podréis quitar esta pequeña vida entre dos sueños,
este cuerpo de lianas y de hojas que cae blandamente,
que se muere hacia adentro, como mueren las hierbas.
lunes, 16 de abril de 2012
La mala suerte, de Olga Orozco
La mala suerte
Alguien marcó en mis manos,
tal vez hasta en la sombra de mis manos,
el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la desventura.
Su tienda es mi morada.
Envuelta estoy en la sombría lona de unas alas que caen y que caen
llevando la distancia dondequiera que vaya,
sin acertar jamás con ningún paraíso a la medida de mis tentaciones,
con ningún episodio que se asemeje a mi aventura.
Nada. Antros donde no cabe ni siquiera el perfume de la perduración,
encierros atestados de mariposas negras, de cuervos y de anguilas,
agujeros por los que se evapora la luz del universo.
Faltan siempre peldaños para llegar y siempre sobran emboscadas y ausencias.
No, no es un guante de seda este destino.
No se adapta al relieve de mis huesos ni a la temperatura de mi piel,
y nada valen trampas ni exorcismos,
ni las maquinaciones del azar ni las jugadas del empeño.
No hay apuesta posible para mí.
Mi lugar está enfrente del sol que se desvía o de la isla que se aleja.
¿No huye acaso el piso con mis precarios bienes?
¿No se transforma en lobo cualquier puerta?
¿No vuelan en bandadas azules mis amigos y se trueca en carbón el oro que yo toco?
¿Qué más puedo esperar que estos prodigios?
Cuando arrojo mis redes no recojo más que vasijas rotas,
perros muertos, asombrosos desechos,
igual que el pobrecito pescador al comenzar la noche fantástica del cuento.
Pero no hay desenlace con aplausos y palmas para mí.
¿No era heroico perder? ¿No era intenso el peligro?
¿No era bella la arena?
Entre mi amado y yo siempre hubo una espada;
justo en medio de la pasión el filo helado, el fulgor venenoso
que anunciaba traiciones y alumbraba la herida en el final de la novela.
Arena, sólo arena, en el fondo de todos los ojos que me vieron.
¿Y ahora con qué lágrimas sazonaré mi sal,
con qué fuego de fiebres consteladas encenderé mi vino?
Si el bien perdido es lo ganado, mis posesiones son incalculables.
Pero cada posible desdicha es como un vértigo,
una provocación que la insaciable realidad acepta, más tarde o más temprano.
Más tarde o más temprano, estoy aquí para que mi temor se cumpla.
Alguien marcó en mis manos,
tal vez hasta en la sombra de mis manos,
el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la desventura.
Su tienda es mi morada.
Envuelta estoy en la sombría lona de unas alas que caen y que caen
llevando la distancia dondequiera que vaya,
sin acertar jamás con ningún paraíso a la medida de mis tentaciones,
con ningún episodio que se asemeje a mi aventura.
Nada. Antros donde no cabe ni siquiera el perfume de la perduración,
encierros atestados de mariposas negras, de cuervos y de anguilas,
agujeros por los que se evapora la luz del universo.
Faltan siempre peldaños para llegar y siempre sobran emboscadas y ausencias.
No, no es un guante de seda este destino.
No se adapta al relieve de mis huesos ni a la temperatura de mi piel,
y nada valen trampas ni exorcismos,
ni las maquinaciones del azar ni las jugadas del empeño.
No hay apuesta posible para mí.
Mi lugar está enfrente del sol que se desvía o de la isla que se aleja.
¿No huye acaso el piso con mis precarios bienes?
¿No se transforma en lobo cualquier puerta?
¿No vuelan en bandadas azules mis amigos y se trueca en carbón el oro que yo toco?
¿Qué más puedo esperar que estos prodigios?
Cuando arrojo mis redes no recojo más que vasijas rotas,
perros muertos, asombrosos desechos,
igual que el pobrecito pescador al comenzar la noche fantástica del cuento.
Pero no hay desenlace con aplausos y palmas para mí.
¿No era heroico perder? ¿No era intenso el peligro?
¿No era bella la arena?
Entre mi amado y yo siempre hubo una espada;
justo en medio de la pasión el filo helado, el fulgor venenoso
que anunciaba traiciones y alumbraba la herida en el final de la novela.
Arena, sólo arena, en el fondo de todos los ojos que me vieron.
¿Y ahora con qué lágrimas sazonaré mi sal,
con qué fuego de fiebres consteladas encenderé mi vino?
Si el bien perdido es lo ganado, mis posesiones son incalculables.
Pero cada posible desdicha es como un vértigo,
una provocación que la insaciable realidad acepta, más tarde o más temprano.
Más tarde o más temprano, estoy aquí para que mi temor se cumpla.
sábado, 14 de abril de 2012
Con esta boca, en este mundo... de Olga Orozco
Abril nos trae a Olga, la inolvidable. Espero que disfruten esta semana de su poesía.
Con esta boca, en este mundo...
No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.
¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.
Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.
Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.
¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?
martes, 10 de abril de 2012
La lluvia, de Jorge Luis Borges
Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto
patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.
lunes, 9 de abril de 2012
La tarde, de Jorge Luis Borges
Sigue palpitando, el otoño y la nostalgia...
La tarde
Las tardes que serán y las que han sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y doliente,
inaccesible al tiempo y al olvido.
Son los espejos de esa tarde eterna
que en un cielo secreto se atesora.
En aquel cielo están el pez, la aurora,
la balanza, la espada y la cisterna.
Uno y cada arquetipo. Así Plotino
nos enseña en sus libros, que son nueve;
bien puede ser que nuestra vida breve
sea un reflejo fugaz de lo divino.
La tarde elemental ronda la casa.
La de ayer, la de hoy, la que no pasa.
La tarde
Las tardes que serán y las que han sido
son una sola, inconcebiblemente.
Son un claro cristal, solo y doliente,
inaccesible al tiempo y al olvido.
Son los espejos de esa tarde eterna
que en un cielo secreto se atesora.
En aquel cielo están el pez, la aurora,
la balanza, la espada y la cisterna.
Uno y cada arquetipo. Así Plotino
nos enseña en sus libros, que son nueve;
bien puede ser que nuestra vida breve
sea un reflejo fugaz de lo divino.
La tarde elemental ronda la casa.
La de ayer, la de hoy, la que no pasa.
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