¡Ay, si dejara de doler la vanidad de este cansado corazón esquivo,
si la infausta hora que me vio nacer volviera para volverme libre,
si el desprendimiento fuera el único verdugo vivo!
Pero es larga la noche de los desvanecidos,
larga la espera de la luz,
largo el completo transitar por mis sentidos.
Es interminable el trajinar de las voces que reclaman,
no puedo darme más respuestas que la espera,
aquella hora inicial sólo me dio extravío.
No se me llenaron nunca los pulmones de luciérnagas,
entonces fui la criatura de la chocante cobardía,
de la siempre intrascendente comodidad,
de la ensayada pleitesía.
Fui la criatura que le robó flores a los jardines del olvido,
que no tuvo más historias que las que leyó en los libros,
y que sin más remedio que el propio llanto ennegrecido
no supo despertar cuando la azotaron los reclamos del destino.
Llega el día en que existir se vuelve mandato,
llega el día donde hay que elegir,
responder, gritar, hacer, hablar, romper.
Llega el día.
Llega más funesto que el día de la muerte.
Llega el día.
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