El personaje de Luisa y su relación con su padre son una rara joya en la literatura masculina del siglo XIX. Dickens, en esta novela, rompe un matrimonio, hace hablar a un hija a su padre, y a este recapacitar sobre la educación que le dio. Esta novela representa una de las más lúcidas criticas al la industrialización y al sistema cultural y educativo que traía consigo, con sus consecuencias en las vidas privadas. Un desenlace no normativo, casi imposible de encontrar aún en nuestro siglo.
"- De este modo fue que crecí, padre mío, dominada por un hambre y una sed que no se han extinguido ni un solo instante, con un impulso arrasador que me llevaba hacia alguna región en que las reglas, los números y las definiciones no imperasen como dueños absolutos; fui creciendo, y cada pulgada de mi camino me significó librar una dura lucha.
- Jamás supe, hija mía, que fueras infeliz.
- En cambio yo, padre, lo supe siempre. En esta disputa he llegado casi a expulsar y destruir lo mejor de mí misma, transformándolo de ángel en demonio. Todo aquello que he aprendido me ha dejado en la duda, en la incredulidad, en el menosprecio, lamentando haberlo aprendido; mi único y débil recurso ha sido pensar que la vida transcurre pronto y que nada en ella merece el dolor y la preocupación de una lucha.
- ¡Siendo tan joven, Luisa! - exclamó el señor Gradgrind con compasión.
- ¡Siendo tan joven! En esas circunstancias, padre, me propusiste un marido. Te estoy haciendo ver, sin temor y en toda su realidad, la terrible situación en la que se encontraba mi espíritu en esa época. Me sugeriste un marido, y yo lo acepté. Nunca fingí ante ti ni ante él que lo amaba. Yo sabía, y tú, padre, sabías, como lo sabía él, que jamás sentí amor por Bounderby. (...)"
No hay comentarios:
Publicar un comentario