lunes, 5 de febrero de 2018

El ojo de la garza, Úrsula K. Le Guin (fragmento)

Luz no estaba dispuesta a aflojar el paso para darle el gusto a la pobre mujer protestona. Siguió avanzando, intentando contener las lágrimas que afloraban muy a su pesar: lágrimas de rabia porque nunca podía andar sola, nunca podía hacer algo por sí misma, nunca. Porque los hombres lo dirigían todo. Siempre se salían con la suya. Y todas las mujeres mayores estaban con ellos. Por eso una chica no podía andar sola por las calles de la Ciudad, ya que algún obrero borracho podía insultarla y, ¿qué ocurriría si después lo metían preso o le cortaban las orejas por lo que había hecho? No sería nada bueno. La reputación de la chica se iría al garete. Porque su reputación era lo que los hombres pensaban de ella. Los hombres pensaban todo, hacían todo, dirigían todo, creaban todo, hacían las leyes, transgredían las leyes, castigaban a los infractores; no quedaba espacio para las mujeres, no había Ciudad para las mujeres. Ningún sitio, ningún lugar, salvo sus aposentos, a solas.

(1978)

No hay comentarios:

Publicar un comentario