"Descubrí un día con mi madre, en la Secretaría de Asistencia Pública, adonde la acompañé cuando quiso averiguar la identidad de su propia madre, que a ella la abandonaron al mismo tiempo que a su hermano, a quien enviaron, también..., al orfanato de Giel. Tengo el deber, sabiendo lo que sé, de contribuir a la paz de mi madre y de su alma perturbada. Maduramos, en verdad, cuando ofrecemos a los que nos arrojaron a los perros, sin saber lo que hacían, un gesto de paz necesario para llevar una vida sin resentimientos... un gasto de energía demasiado costoso. La magnanimidad es una virtud de adultos.
Para no morir a causa de los hombres y su negatividad, para mí existieron los libros, luego la música; en una palabra, el arte, y sobre todo, la filosofía. La escritura le puso el broche de oro a ese conjunto. Treinta libros después, tengo la impresión de que debo ordenar mis palabras. Este prefacio da las claves, las páginas que siguen provienen de todas mis obras que, una por una, derivan de una operación de supervivencia que llevé a cabo después del orfanato. Sereno, sin odio, más allá del desprecio, lejos de todo deseo de venganza, inmune a cualquier rencor, al tanto del formidable poder de las pasiones sombrías, sólo quiero la cultura y la expansión de esa "potencia de existir", según la feliz frase de Spinoza, engarzada como un diamante en su Ética. Solo el arte codificado de esa "potencia de existir" cura los dolores pasados, presentes y por venir."
Michel Onfray, Introducción a La potencia de existir. Manifiesto hedonista.
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