martes, 8 de enero de 2013

Espejos, de Francisco Urondo

Con toda paciencia, la noche iba
tejiendo a su lado. Con todo
el amor, la noche crecía sobre su trama, sin
renconres. Éramos
así los dueños del fuego
del amor, los privilegiados,
los niños, los condenados a morir
con las espaldas
descubiertas. Asesinos de la historia
que no llega a su debido
tiempo, que acarician
profetas y temblorosos. Dardos.

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