Algún
final
Sin
querer me despertó de la cálida sordidez del olvido
un
duende sin pena que se aburrió de mi rostro,
rostro
pálido y acabado por el fingimiento perdido.
Se
convulsiona mi cuerpo en torrentes incomprensibles,
a la
vera del camino no hay nada,
se
esfumaron todos los rostros conocidos.
De
pronto desperté y no soy de este sitio,
de
pronto vieron mis ojos un lugar que ya no habito.
Se
cierra una eternidad y se confirma mi muerte,
lejana,
incierta, pero implacable muerte que llegará,
se
cierra una eternidad y no me acuerdo si vivirá
como
en un mundo paralelo.
¿Existirá
la eternidad de mi niñez en ese patio remoto,
de
los ojos de mi abuelo,
existirán
todavía mis pisadas tempranas para ir a la escuela,
mis
quince años, latirá aún mi corazón por ese niño que
me
corrió con un sapo, serán pequeños mis hermanos,
jóvenes
mis padres,
será
en algún círculo de eternidad, aún posible el futuro?
¿Sobrevivirá
este círculo de eternidad o el tiempo es lineal y se agota
y
murió esa niña, esa joven, esa recién iniciada?
Es
otra eternidad la que se cierra, y la que anuncia que mi propia eternidad
se
acabará, como se apaga una estrella.
Tal
vez por eso quedan pendientes tantas cosas,
concluir es admitir la muerte.
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