Pagó caro, pagó mucho.
Pagó una y otra vez.
Una deuda pendiente,
una usura.
El señor caminó la noche,
cobró sin esperar preguntas,
cobro hasta que se mojaron sus manos,
de orina, de hielo.
El niño vendió estampitas,
la vieja tejió escarpines en la plaza,
la niña vendió su inocencia,
y lloró la madre, sal.
La usura se hizo sangre,
se hizo grito,
navaja,
piedra,
el usurero se hizo polvo,
ocre polvo y viento.
Pero la vieja murió sola,
el hombre sembró espantos,
la madre lloró estrellas,
la niña nunca más fue niña,
el niño nunca llegó a hombre,
no llenaron de flores el prado.
Son eternidades de hombres,
infinidades de muertos,
huracanes de niños,
cosechas enteras
de vidas muriendo.
No se cura, no, la herida,
no se resucita, no, al muerto,
no se devuelve, jamás, la inocencia,
no hay castigo, ni pena,
no hay remedio, ni perdón,
para el daño del usurero.
En Escritura sin frontera 2010, Editorial Raíz Alternativa.
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