“- ¡Y tal es –exclamó Darcy,
paseando con apresuramiento por la pieza-, tal es la opinión de usted sobre mí!
¡Esa es la estimación en que usted me tiene! Le doy las gracias por haberme
manifestado todo eso con semejante amplitud. ¡Según esos cálculos, mis faltas
han sido grandes! Pero quizá –añadió deteniéndose y volviéndose hacia ella-
esas faltas se habrían pasado por algo si su orgullo no se hubiera ofendido con
mi honrada confesión de los escrúpulos que durante largo tiempo me impidieron
tomar una resolución. Habría evitado tan amargas acusaciones si yo, con gran
política, hubiera ocultado mis luchas, lisonjeándola con la idea de que me
había visto impedido a este paso por inclinación y sin reservas, por mi dictamen,
por mi reflexión, por todo. Mas aborrezco el disimulo de toda especie. Me
avergüenzo de los sentimientos expresados; eran naturales y legítimos. ¿Podría
usted esperar que me agradara la inferioridad de sus relaciones, que me
regocijase con la esperanza de parentescos cuya condición está tan a las claras
inferior a las mías?
Elizabeth se sentía por momentos
más irritada; pero aún trató de hablar con mesura al decir:
-
Se equivoca usted, señor Darcy, si supone que la
forma de su declaración me ha afectado; es decir, si piensa que me habría
ahorrado el mal rato de rechazarle si se hubiera conducido de modo más
caballeroso.
Él la miró fijamente al escuchar
esto, mas nada dijo, y así, ella prosiguió:
-
No pudiera usted haberme ofrecido su mano de
manera que me hubiera tentado a aceptarla.”
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