Es un techo sobre mi cabeza,
un calzado en mis pies,
una palabra en mi boca,
es,
en fin,
el teatro vacío de una vida.
Daniela Della Bruna, Caleidoscopio, 2014
lunes, 31 de agosto de 2015
jueves, 27 de agosto de 2015
sábado, 22 de agosto de 2015
Fragmento de El proceso, Franz Kafka
Franz Kafka, El proceso, publicada póstumamente en 1925
“K apenas prestaba atención a todas esas aclaraciones. Por
ahora no le interesaba el derecho de disposición sobre sus bienes, consideraba
más importante obtener claridad en lo referente a su situación. Pero en
presencia de aquella gente no podía reflexionar bien, uno de los vigilantes
––podía tratarse, en efecto, de vigilantes––, que no paraba de hablar por
encima de él con sus colegas, le propinó una serie de golpes amistosos con el
estómago; no obstante, cuando alzó la vista contempló una nariz torcida y un
rostro huesudo y seco que no armonizaba con un cuerpo tan grueso. ¿Qué hombres
eran ésos? ¿De qué hablaban? ¿A qué organismo pertenecían? K vivía en un Estado
de Derecho, en todas partes reinaba la paz, todas las leyes permanecían en
vigor , ¿quién osaba entonces atropellarle en su habitación? ; sin haber estado
antes preocupado, ahora se sentía aliviado, pues se había expresado lo
imposible y, así, su imposibilidad se había tornado más evidente».
Siempre intentaba
tomarlo todo a la ligera, creer en lo peor sólo cuando lo peor ya había
sucedido, no tomar ninguna previsión para el futuro, ni siquiera cuando existía
una amenaza considerable. Aquí, sin embargo, no le parecía lo correcto.
Ciertamente, todo se podía considerar una broma, si bien una broma grosera, que
sus colegas del banco le gastaban por motivos desconocidos, o tal vez porque
precisamente ese día cumplía treinta años. Era muy posible, a lo mejor sólo
necesitaba reírse ante los rostros de los vigilantes para que ellos rieran con
él, quizá fueran los mozos de cuerda de la esquina, su apariencia era similar,
no obstante, desde la primera mirada que le había dirigido el vigilante Franz,
había decidido no renunciar a la más pequeña ventaja que pudiera poseer contra
esa gente. Por lo demás, K no infravaloraba el peligro de que más tarde se
dijera que no aguantaba ninguna broma. Se acordó ––sin que fuera su costumbre
aprender de la experiencia–– de un caso insignificante, en el que, a diferencia
de sus amigos, se comportó, plenamente consciente, con imprudencia, sin
cuidarse de las consecuencias, y fue castigado con el resultado. Eso no debía
volver a ocurrir, al menos no esta vez; si era una comedia, seguiría el juego.”
martes, 11 de agosto de 2015
El rinoceronte, de Eugene Ionesco (fragmento del monólogo de Berenguer)
"Berenguer: (…) No hay otra
solución que convencerlos… ¿Convencerlos de qué? Y las mutaciones, ¿son
reversibles? Sería un trabajo de Hércules, por encima de mis fuerzas. En primer
lugar, para convencerlos, es menester hablarles. Para hablarles, tengo que
aprender su lengua… O que ellos aprendan la mía. Pero, ¿qué lengua hablo yo?
¿Qué lengua es la mía? ¿Es español esto? ¡Sí, debe de ser español! Pero, ¿qué
es el español? Puede llamarse a esto español, si se quiere, nadie puede
negarlo, yo soy el único que lo habla. ¿Qué estoy diciendo? ¿Me comprendo, es
que me comprendo? Y, como decía Daisy, ¿serán ellos los que tienen razón? (…) ¡Estuve en un error! ¡Ay,
quisiera ser como ellos! ¡No tengo cuerno, ay de mí! ¡Qué fea es una frente
lisa! Me haría falta uno… o dos para realzar estas facciones fofas. Puede que
me broten, y entonces no me sentiré avergonzado, podré ir a reunirme con todos
ellos. (...) Me remuerde la conciencia,
hubiera debido seguirlos a tiempo. ¡Ahora ya es demasiado tarde! ¡Ay de mí, soy
un monstruo, soy un monstruo! ¡Ay, nunca llegaré a ser rinoceronte, nunca! Ya
no puedo cambiar. (…) ¡Pobre del que quiere conservar su originalidad!"
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