"Ni con pleno consentimiento ni
con el corazón alegre permití que la guerra de Argelia invadiese mi
pensamiento, mi sueño y mis humores. Nadie mejor que yo tendía a seguir el
consejo de Camus: defender, a pesar de todo, la felicidad propia. Había pasado
Indochina, Madagascar, Cap Bon y Casablanca: siempre me había recuperado con
serenidad. Esta se derrumbó luego de la captura de Ben Bella y el golpe de
Suez: el gobierno se encaprichaba con esta guerra. Argelia lograría su
independencia, pero dentro de mucho tiempo. En ese momento, en el que ya no
distinguía yo el final, terminó por descubrirse la verdad sobre la
pacificación.
(…)
La tortura era un hecho tan
establecido que la iglesia misma tuvo que pronunciarse sobre su legitimidad.
Muchos sacerdotes la rechazaban, en palabras y con actos; pero también había
capellanes que estimulaban a las unidades más selectas. Entre los laicos
¡cuántos silencios cómplices! El de Camus me rebelaba. La superchería consistía
en que al mismo tiempo fingía mantenerse por encima de la contienda,
proporcionando una fianza a quienes deseaban conciliar esta guerra y sus
métodos con el humanismo burgués. Porque como dijo un año más tarde el senador
Rogier: “Nuestro país (…) necesita colorear todas sus acciones con un ideal de
universalidad y humanidad”. Y en efecto, mis compatriotas se las arreglaban
para mantener ese ideal al mismo tiempo que lo pisoteaban. Todas las noches, en
el teatro Montparnasse, un público sensible lloraba por las pasadas desdichas
de la pequeña Anna Frank; pero no quería saber nada de todos esos niños
agonizantes, moribundos o a punto de volverse locos en una tierra que se decía
francesa. Si se hubiera intentado apelar a su piedad, habrían dicho que se
procuraba desmoralizar la nación.
(…)
Ni yo comprendo por qué estoy
turbada a tal punto. Se llegará al fascismo y entonces, prisión o exilio, las
cosas andarán mal para Sartre. Pero no es el miedo lo que me preocupa, todavía
no lo tengo o bien ya lo he dejado atrás. No soporto físicamente esa
complicidad que me imponen al son de tambores, con incendiarios, torturadores,
asesinos; se trata de mi país y yo lo amaba; estar contra su propio país, sin
chauvinismo ni exceso de patriotismo, es difícilmente tolerable. Hasta los
campos, el cielo de París y la torre Eiffel están emponzoñados."
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