martes, 19 de agosto de 2014

La fuerza de las cosas, fragmento, de Simone de Beauvoir

Comparto un fragmento de La fuerza de las cosas, el tercer tomo de memorias de la genial francesa. Sobre la guerra de Argelia.

"Ni con pleno consentimiento ni con el corazón alegre permití que la guerra de Argelia invadiese mi pensamiento, mi sueño y mis humores. Nadie mejor que yo tendía a seguir el consejo de Camus: defender, a pesar de todo, la felicidad propia. Había pasado Indochina, Madagascar, Cap Bon y Casablanca: siempre me había recuperado con serenidad. Esta se derrumbó luego de la captura de Ben Bella y el golpe de Suez: el gobierno se encaprichaba con esta guerra. Argelia lograría su independencia, pero dentro de mucho tiempo. En ese momento, en el que ya no distinguía yo el final, terminó por descubrirse la verdad sobre la pacificación.
(…)
La tortura era un hecho tan establecido que la iglesia misma tuvo que pronunciarse sobre su legitimidad. Muchos sacerdotes la rechazaban, en palabras y con actos; pero también había capellanes que estimulaban a las unidades más selectas. Entre los laicos ¡cuántos silencios cómplices! El de Camus me rebelaba. La superchería consistía en que al mismo tiempo fingía mantenerse por encima de la contienda, proporcionando una fianza a quienes deseaban conciliar esta guerra y sus métodos con el humanismo burgués. Porque como dijo un año más tarde el senador Rogier: “Nuestro país (…) necesita colorear todas sus acciones con un ideal de universalidad y humanidad”. Y en efecto, mis compatriotas se las arreglaban para mantener ese ideal al mismo tiempo que lo pisoteaban. Todas las noches, en el teatro Montparnasse, un público sensible lloraba por las pasadas desdichas de la pequeña Anna Frank; pero no quería saber nada de todos esos niños agonizantes, moribundos o a punto de volverse locos en una tierra que se decía francesa. Si se hubiera intentado apelar a su piedad, habrían dicho que se procuraba desmoralizar la nación.
(…)

Ni yo comprendo por qué estoy turbada a tal punto. Se llegará al fascismo y entonces, prisión o exilio, las cosas andarán mal para Sartre. Pero no es el miedo lo que me preocupa, todavía no lo tengo o bien ya lo he dejado atrás. No soporto físicamente esa complicidad que me imponen al son de tambores, con incendiarios, torturadores, asesinos; se trata de mi país y yo lo amaba; estar contra su propio país, sin chauvinismo ni exceso de patriotismo, es difícilmente tolerable. Hasta los campos, el cielo de París y la torre Eiffel están emponzoñados."

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