martes, 12 de agosto de 2014

1988, de Daniela Della Bruna

Todavía no sé bien qué pasa, pero en casa están todos alborotados. Resulta que llevaron al abuelo otra vez al hospital y bueno, todo es un desastre, porque mis hermanos son chiquitos, y mi papá tiene que ir a trabajar, así que mi mamá va un montón de veces al hospital, por eso ahora andamos todo el día en el auto. Le llevamos postre de chocolate y vainillas al abuelo porque parece que se puso terco y no quiere comer nada. Yo no entiendo por qué al abuelo se le puso que está enfermo y se la quiere pasar todo el día en la cama.
Desde hace un tiempo que no se levanta en todo el día, pero bien que cuando mi hermanito casi se cae de la mesa lo levantó en el aire. Mi hermanito es re chiquito igual. El abuelo como siempre estaba comiendo un churrasco, no sé porqué le hacen siempre churrasco con puré. Igual deja casi todo. La cuestión es que se hacía el serio y el que no tenía hambre pero bien que a mi hermano lo vio, si no lo agarra se rompe la cabeza en el piso. Pero él ya está acostumbrado porque vive haciendo macanas.
Igual, ahora el abuelo está otra vez en el hospital. Yo no sé qué me pasa, pero resulta que hago educación física y cuando corro me agito un montón, y me duele mucho mucho el pecho. Al abuelo también le duele el pecho, bah, digo yo, porque en realidad el abuelo nunca se queja de nada.
Últimamente lo están llevando más seguido al hospital, pero yo sé que va a volver, como siempre.
Siempre fue viejito el abuelo, pero antes se levantaba y jugaba un montón conmigo, igual desde que están mis hermanos se queda a dormir en la pieza. Yo soy la mayor, tengo ocho años, y me río porque el abuelo tiene como ochocientos mil. Mis hermanos tienen, la nena tres y el varón dos. Son re chicos. Yo lo entiendo al abuelo que no quiera salir más. Yo tampoco quiero salir de mi pieza, mis hermanos son re hinchas. Mi hermana se tira arriba de todos en la cama y nos re aplasta porque pesa una tonelada, y te pincha con los codos y las rodillas que los tiene re puntudos.
El abuelo debe estar re podrido de ellos, como yo. Fijate mi hermano, por ejemplo, tenía que nacer justo en mi cumpleaños, obvio que nadie me vino a saludar. Igual yo los quiero a mis hermanos, pero no hablan mucho así que con ellos no puedo hacer nada. Yo hablo con el abuelo en realidad. Papá no está en todo el día y mamá se la pasa lavando pañales, y va y viene, si no está en el fondo charlando con la vecina, o todo el día tejiendo. Yo me quedo con el abuelo, cuando era re chiquita, tan chiquita que los chicos a esa edad no saben hacer nada, yo sabía decir el abecedario, porque el abuelo me lo enseñaba con el pizarrón chiquito, sentado en el auto, debajo de la parra. Mi mamá siempre me lo hacía repetir cuando venía alguien, y yo me sentía re contenta como si hiciera la gran hazaña. Es una pavada eso del abecedario, es re fácil, pero ahora lo digo porque soy grande.
Ya voy a tercer grado, y estoy leyendo el Tic Tac 3, hay una lectura sobre el xilofón que es re graciosa y ya la leí mil veces. Aunque vamos recién por la mitad del libro yo ya lo terminé, porque quería saber cómo terminaba, pero no termina en nada. Yo quería saber qué pasaba con los amigos, y pensaba que en el Tic Tac 3 ya me iba a enterar de todo, el año pasado con el Tic Tac 2 al final tampoco pasó nada, así que estoy empezando a pensar que en estos libros las historias no tienen final y no me dan más ganas de leerlos.
En cambio, las historias que me leía el abuelo siempre tenían final. Ahora que él no me quiere leer más yo le leo la historia de Elena, que me encanta, porque se enamora y se va con Paris a Troya, pero el libro es re corto también y ya lo leí mil veces. A mi abuelo igual siempre le gusta que le lea. Me acuerdo que cuando no sabía leer, como me sabía la historia de Elena re bien yo se la contaba con los dibujos, que son grandísimos, porque es un libro re grande el de Elena. Re grande pero no tiene mucho escrito, porque es para chiquitos. También siempre le leo a mi abuelo el cuento de Eco, pero ya me da mucha lástima la pobre Eco que no puede decir nada.
Me encanta leerle al abuelo el Tic Tac 3, y no le cuento que no tiene final, para que no se ponga triste. Siempre le leo sentada al lado de su cama. Es re linda la pieza del abuelo. Igual ahora está otra vez en el hospital. Todos los días voy a verlo porque si no me muero de aburrimiento, además en casa están todos serios y apurados y no puedo hablar bien con ellos.
El abuelo no habla mucho ahora. A mí si me habla un poco, pero no podemos estar solos nunca, eso me revienta del hospital, siempre hay alguien y no puedo hablar con mi abuelo.
La cuestión es que ayer me llevaron al médico por los dolores en el pecho. Era medio feo el consultorio, tenía piso de madera y la madera estaba medio floja, no como en casa, la camilla era re blanca y estaba un poco alta. El doctor es re alto, y es simpático, aunque en realidad no sé para qué me llevaron. Al final el doctor me revisó un poco y dijo que no tenía nada y le preguntó a mi mamá si nos estábamos por mudar. Yo la verdad no entendí nada y mi mamá tampoco y después me hicieron salir. No sé qué le dijo el médico pero mi mamá salió re seria. Nos volvimos en el auto, porque ahora siempre andamos en auto, y mi mamá no decía nada. Pero paramos en bonafide y me compró unos chocolates re caros. Eso era muy raro porque nunca gastábamos plata. Y cuando llegamos a casa me sentó en la cocina y me miró fijo. Yo dije, ya está, mi mamá se volvió loca, y un ratito después lo confirmé porque me quería decir que el abuelo se iba a morir.
Pero yo sabía bien que el abuelo no se iba a morir porque todos decían que tenía un corazón re fuerte, y además era re viejo pero nunca le pasaba nada grave, además yo la escuché a mi mamá que le dijo a la vecina que el abuelo había salido de tantas que también iba a salir de esta.
Pero no, a mi mamá se le había puesto que el abuelo se iba a morir y no podía sacarla de eso. Así que la dejé que dijera lo que quisiera y que me dejara ir a jugar tranquila.
Pero ella no se quedó tranquila, porque ustedes no saben pero mi mamá es re terca, y se da cuenta si vos le decís que sí pero no le creés. Así que me llevó a la iglesia y me dejó en el último banco. Entonces se puso a hablar con el padre Jorge. El padre Jorge es re bueno, nunca te reta por los pecados y siempre te dice que Jesús te ama. Pero yo pienso que no puede ser que no me rete porque yo le digo que trato mal a mis hermanos y que siempre peleo en la mesa por el plato con flores distintas que mi hermana también lo quiere y no sé para qué porque es re chiquita y ni come bien. Pero él igual me dice que yo soy buena y que Jesús me quiere, y si lo dice el padre Jorge entonces debe estar bien, aunque a mi me da una cosa y me quedo pensando cuando la peleo a mi hermana y cuando le pego sin que mi mamá me mire.
Así que vino el padre y me saludó y mi mamá se fue afuera de la iglesia. Yo no entendía nada pero el padre me habló y me habló un montón. Estaba sentada en un banco y me puse a llorar por lo que me decía el padre. Igual, aunque lloré, yo tampoco le creí al padre eso de que mi abuelo se iba a morir.
¿Por qué todos estaban tan seguros? Mi abuelo me hubiera dicho algo, justamente a mí que soy su favorita favorita de todos los favoritos, porque a mí me quiere más que a nadie. Terminé de convencerme de que estaban todos locos y me puse a pensar en mi verdadero problema: el día del niño.
Estamos re cerca y yo quiero que me lleven al Hogar del Niño donde van a hacer juegos, pero mi mamá me agarró, otra vez re seria y me terminó diciendo que no podíamos ir y que no íbamos a festejar porque el abuelo se estaba por morir y cuando alguien se muere uno no puede irse de fiesta.
Yo me re enojé porque todas mis amigas van a ir y dicen que va a estar re bueno. Después en lo de los peronistas van a dar juguetes y en lo de los radicales también, y una amiga mía dice que van a dar unos sacapuntas en forma de autito que están re buenos, y que va a haber un montón de juguetes que no hay en ningún otro lado. Pero papá, que me llevó a dar una vuelta (había mucho sol) me dijo que nosotros no agarrábamos ninguna cosa de los políticos y yo tenía los juguetes que él me podía comprar y nada más. La verdad no me compra muchos juguetes últimamente, pero eso me quedó re grabado, porque mi papá no dice malas palabras y me voy a acordar siempre de mi papá re enojado diciendo que ese sacapuntas era un sacapuntas de mierda.
Ya no hace tanto frío, pero empieza esa época del año en que el viento te lleva para todos lados. La cuestión es que estamos cada vez más cerca del día del niño y yo no voy a poder hacer nada porque tengo que ver si el abuelo se va a morir, como dicen todos. Eso me enoja más que nada, no puedo festejar el día del niño y para nada, porque yo sé que el abuelo no se va a morir.
Finalmente llegó el domingo y adivinen, ¡el abuelo no se murió!, yo sabía, yo sabía, pero como siempre nadie me hace caso. Así que mi mamá que no quería admitir que yo tenía razón, para no hablar del tema me dio diez mil australes para que hiciera lo que quisiera. Diez mil australes son un montón, pero no tanto, y yo tenía que pensar bien qué hacer. Daban en el cine una película y mi mamá me llevó, pero me dejó sola. Se ve que iban al hospital de nuevo. Llovía un montón y hacía frío de nuevo, el tiempo estaba re loco.
Pagué la entrada que era un montón, porque eran 7000 australes y me iba a quedar re poco para ir al kiosco de Gomez después. Me senté re atrás, porque en el cine atrás se ve mejor y antes de que empezara la película llegó una mujer con un chico mucho más chiquito que yo. Lo acomodó al lado mío y me dijo si yo se lo cuidaba. Yo le dije que sí, y me empecé a poner un poco nerviosa.
Apagaron todas las luces, y la película comenzó. La verdad no sé decir ni de qué se trataba, no debí estar adentro por más de diez minutos cuando salí afuera como disparada por un cañón, y exigí la devolución de la entrada. Después agarré la calle. Llovía, y nunca había ido desde ahí hasta mi casa, pero no me fue difícil.
En casa todos enloquecieron, cómo me había ido así, sola del cine. Por supuesto me llevaron al kiosco cuando se les pasó la impresión. Aunque me compré muchas cosas me costó mucho olvidarme del nene que dejé solo en el cine. Qué mala que soy a veces. Debí haber hecho muchas locuras por esos días, porque muy poco tardaron en llevarme al hospital y dejarme sola en la habitación con mi abuelo.
Cómo había extrañado esos momentos. Me senté muy cerca de él y volvimos a hablar como antes. Me dijo que extrañaba a su hermano Tete y que lo iba a ir a ver, que soñaba con él y con la abuela y que ellos ya no podían venir a visitarlo así que se tenía que ir. Extrañaba a la abuela. Creo que el abuelo pensó que a mí no me iba a extrañar tanto, porque prefería explicarme todo eso que era tan raro antes que quedarse conmigo. No sé, la cuestión es que esa tarde todo fue tranquilidad. Pero el abuelo no me dejó sola, sacó de no sé dónde una medallita que era de Italia y me la dio. Me la dejó para mí, me dijo que era mía, su regalo.
Todavía no la usé nunca, me gusta, pero no sé por qué no quiero ponérmela. Pasó una semana del día del niño. Ahora sí mi abuelo se murió de verdad. No me sorprende. Para algo me dio la medalla. Como cuando te dan un caramelo para que vayas al médico. Al final no lloré, porque mi abuelo se hubiera pensado que soy una tarada, y además como no lloro todos me miran como si fuera más importante. Pero la verdad es que tengo adentro un no se qué, peor que cuando le pego a mi hermana sin que me vea mi mamá, y me parece que no se va a ir porque se acomodó en la panza, y ahí va a tener comida para siempre… 

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