Cuántas palabras pedí para conjurar mi miedo,
el miedo infinito de saberme ya sin inocencia,
sin la pulcra omnipotencia de la primera juventud.
El instante temido llegó mil veces, se multiplicó en el tiempo,
todos vieron algo de lo que quise ocultar,
hasta que yo lo vi y rompí el silencio.
Y ahora que terminó la época de los retaceos,
todo se sucede natural, avasallante, sin preguntar,
ya no le pido permiso a los espejos...
En un instante impreciso
se borró el horror de mi reflejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario