En 1985 iba al jardín de infantes y era una niña muy obediente. Estaba una tarde a la hora de la merienda en la sala, las mesas ubicadas a los costados, las tazas de todos colores repartidas y ya llenas de mate cocido, el pan cortado en rodajas con dulce de leche y unas ganas locas de ir al baño.
Pero la maestra no estaba y no podía salir sin su permiso.
Entonces esperé.
Y esperé.
Y esperé.
Cada vez más quieta.
Más clavados mis pies al suelo.
Entre dos mesas.
Inmóvil.
Tibio, lento, el líquido corrió manso por mis piernas. Moví la cabeza. A mis pies había un charco del mismo color del mate cocido que tenía en mi taza. A mí me había tocado la taza verde esa tarde.
Mis compañeros me preguntaron qué había pasado y ahí se juntó todo. La imposibilidad de la verdad, la maestra que seguía sin llegar, la vergüenza y sí, automática, la primer mentira de la que tengo conciencia.
- Se me volcó la taza.
Fervientemente creí que me habían creído, no concebía la idea contraria. Ahora sé que muchos lo supieron.
No fue mi última mentira. No fue tampoco la última vez que creí que me creían. Ahora sé que muchos lo supieron.
Daniela Della Bruna.- 2016.- Sueltos
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